Compartir

La declaración de estado de emergencia y la inutilidad de la misma es la constatación del fracaso de la política en Chile, tanto por parte del Gobierno como de la oposición, si entendemos la política como la actividad que busca los acuerdos necesarios en la sociedad para resolver los problemas y proponer estrategias para el futuro.

Llevamos muchos años advirtiendo de la creciente insatisfacción por parte de los jóvenes y de los pobres en uno de los países más desiguales en el mundo, pero nadie hizo nada por buscar una integración y lograr una igualdad que permitiera darle legitimidad al sistema político y económico.   Cuando la gente siente que sobra, que no tiene espacio para aportar su inteligencia y capacidad, no se le puede pedir que esté conforme.

Llevamos mucho tiempo también sosteniendo una discusión política entre dos polos antagónicos que hablan de los asuntos que les interesan exclusivamente a ellos, completamente distanciados de las necesidades de la gente, y así no se puede convencer a la gente que el diálogo y la democracia son las únicas formas de expresar sus puntos de vista.

Esto no es un fracaso de la democracia.  Es un fracaso de la política, de quienes han hecho de esta actividad una ocupación que les da un status especial y les hace sentir que están sobre los demás.  Falta humildad, falta humanidad, para entender que no todo el mundo tiene un auto con chofer y un ayudante que le haga las compras de supermercado con dinero de todos los chilenos, que hay personas que deben el agua y la luz o que a fin de mes sólo pueden comer fideos porque no tienen para más.

Llevamos demasiado tiempo diciendo que a este país le falta educación de calidad, no para saber de memoria más capitales europeas o hacer mejor la mezcla del cemento para la construcción o recoger más rápido la fruta de temporada, sino para saber pensar, para reflexionar, para entender que cuando se ve todo negro siempre hay una posibilidad de resolver los problemas con inteligencia.

Llevamos también muchos años lamentándonos de la delincuencia y de la infiltración del narcotráfico en las instituciones sin hacer nada.  A los empresarios corruptos se les sanciona con clases de ética y al pobre que roba una gallina le pueden caer hasta cinco años de cárcel, y sin que la policía se atreva a entrar en las poblaciones dominadas por los narcos hasta que ahora nos damos cuenta que están en todos lados.

No hicimos nada a tiempo.   El estado de emergencia es un fracaso de la política, pero también es un fracaso de la gente que dejó de votar, de quienes votaron por la alternativa “menos mala”, de quienes se quedaron viendo la tele en vez de organizarse por ofrecer alternativas al monopolio que constituyó la clase política.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *