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Hace pocos días en un chat grupal, con buenas intenciones a no dudarlo, una vecina hacía un llamado a cooperar en el contexto de la campaña Teletón 2020 con una mujer que año a año realiza una completada. No estoy de acuerdo con esa campaña por motivos que espero humildemente exhibir. La vecina señalaba en el chat que la mujer tenía “tres hijos y solo uno normal”. Le pedí, también por chat, que aclarara aquello, a lo que respondió, al parecer queriendo ser más explícita: “un hijo normal y dos hijos teletón”(sic!!!).
¿Tanto nos cuesta asumir nuestra intrínseca diferencia que no encontramos palabras para definir aquello que sale de la “norma”? ¿Qué es un niño “teletón”? ¿Hay niños “integra”? ¿Niños “sename”? ¿Niños institucionalizados por definición, niños definidos por una institucionalidad que los aparta, que impone normas para segregar las diferencias, remarcarlas para asegurar un “orden”, “una normalidad”? En esta llamada “Primavera de Chile”, un lindo nombre amparado por conjunciones astrales, florecientes ánimos, estallido de alergias, se ha apelado continuamente, no solo a través de los ensombrecedores medios de comunicación, sino a través de la opinión pública, dudosa y confundida muchas veces, a la “normalidad”. Expresiones como “volver a la normalidad”, “normalizar la situación”, “respetar las normas”, “existen normas para…”, “…hasta que la situación sea normalizada”.
¿Volver a la normalidad es lo que se quiere? Los signos expresan transversalmente un descontento respecto a situaciones que van mucho más allá de los matices políticos o las grandes ideologías y muy de la mano de organizaciones y movimientos sociales que han elegido otros modos de influir “fuera de los canales normales”, porque esa “normalidad” no los representa, porque las “normas” desmienten las leyes, porque no es buena idea regresar a un país “normal” con el más alto índice de suicidio juvenil en el continente, con una creciente alza de suicidios de personas de la tercera edad, que esperaban –ciertamente-morir de otra manera, situaciones que no sorprenden porque pasan a ser “normales”, porque nos resulta “normal” que la política la hagan otros, porque están normados los derechos humanos, de manera que parezca que se ejercen a cabalidad y parece también normal que nos mientan desde las pantallas que nos hipnotizan y es normal que niños y niñas de menos de 4 años utilicen tablets o celulares. Las normativas que castigan son más eficientes que las normativas que enseñan, la formación está tan normativizada que ya no obedece al fin de un desarrollo social, sino al enriquecimiento de quienes gerencian esa formación y la convierten en títulos, es “normal” que todo tenga precio, que todo se juegue en un mercado, con normativas ampliamente desiguales.

Aquello de que el adjetivo, “cuando no da vida, mata”, conviene tomarlo especialmente en cuenta en todas las situaciones si queremos cambiar de manera más profunda la sociedad chilena que ha demostrado ya una enorme capacidad de transformación con nuevas visiones, nuevos imaginarios, nuevos modos de hacer que incorporan el valor de la naturaleza como el principal capital del mundo y la esperanza de un futuro… ¿normal?
La resistencia al cambio es una mecánica habitual en los seres humanos. Contenemos al mismo tiempo el ímpetu para transformar y la voluntad de conservar. Nos movemos históricamente entre esos dos aspectos, así como la naturaleza se mueve transformando y conservando para que todo se renueve. No hay lo uno sin lo otro. Las resistencias, por otra parte son modos válidos de estar en el mundo en conexión con idearios, imaginarios, visiones y pese a la normativa y por lo mismo se ha avanzado en aspectos sociales significativos, pero al parecer no suficientes.
¿Recuperar la normalidad? ¿Esperar que todo se normalice? ¿Aceptar que las autoridades normalicen la situación y que la ciudadanía vuelva a sus actividades normales? Si lo normal es la violencia contra las personas que han trabajado toda su vida para no poder descansar jamás, mientras otros lo hacen a costa de sus ahorros, no quiero ser ni parecer normal, si lo normal es que cuando un sistema económico se vea en riesgo acuda a un estado de excepción constitucional, no quiero ser ni parecer normal. Si lo normal es negarse a dialogar y apelar a ello después del ejercicio de la violencia como un brazo armado del poder ejecutivo, no quiero ser ni parecer normal. Si es normal que la gente salte al metro y que para evitarlo se construyan estructuras ad hoc, mientras en los vagones alegan por un atraso de minutos en su vida, mientras otra se detuvo, casi invisible, no quiero ser ni parecer. Si es normal que la policía viole a mujeres detenidas validando la fórmula del sometimiento, no quiero ser ni parecer.
Si la norma es perder la capacidad de actuar, de participar, de reinvetarse, de colaborar, de solidarizar, no quiero ser ni parecer normal.
En las últimas décadas en Chile, gobernadas por una legislación dictatorial, normativizada para el control social, el control económico, el control de las elecciones, el solapado control de las libertades que estimamos valiosas desde “la norma”, se han sucedido varias importantes “desnormalizaciones” ciudadanas, especialmente estudiantiles y juveniles. Las barreras y los límites de las normas son más fáciles de vencer cuanto menos temor se tiene. Cada vez que eso ocurrió una parte del país pareció despertar desde el adormecimiento en los laureles de los patrones “normales” que nos gobiernan y decir ¡basta! ¡Queremos otra cosa! Lo hemos dicho en marchas, manifestaciones, paros, huelgas, en muertes, en heridas en dolor. Porque la injusticia social duele, aunque para anestesiarnos hayamos publicitado aquello de que “cada uno forja su propio destino” y lo hayamos hecho normal.

Es normal que en Chile haya más farmacias que librerías, es normal que más del 50% de la jubilación se gaste en remedios, es normal que unos paguen más impuestos, es normal que habiendo las condiciones se evadan y que esas condiciones se normativicen y normalicen. Es normal el femicidio, es normal robar el agua para favorecer a los grandes productores, es normal que existan plantas de Monsanto, es normal que se envenene a la población, es normal que unos tengan acceso real a la justicia y otros no, es normal que “olvidemos”, es normal sentirnos inseguros, es normal autoexplotarnos hasta reventar, es normal tomar medicamentos para tolerar la presión, es normal que nos traslademos como sardinas, es normal que seamos víctimas fáciles del temor y la inseguridad, es normal la desinformación, es normal que el estado no se haga cargo de la protección y el cuidado de ciudadanos que no resultan “normales”. Es normal tener que exhibir la indignidad para obtener “bonos”, normativizados por escalas y encuestas sociales que nos hacen ciudadanos y ciudadanas de la norma. Es normal que cada año se desate un espectáculo de conmiseración para que las empresas compensen con escuálidos donativos la publicidad asegurada por la campaña. Es normal que lloremos al sentir que logramos una meta, obnubilados por un ejercicio social que no requiere más compromiso y participación que un depósito en una cuenta bancaria.
Hay cientos de razones para desnormativizar y anormalizar. ¿Quién quiere que vuelva la normalidad?

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2 Comentarios sobre “La normalizada normalización de la norma

  1. En general, cuando se habla de normalidad, la gente suele referirse a la paz, la tranquilidad. Efectivamente, las crisis, los “basta” sacuden las normas, se pueden demoler para reconstruir. Después del movimiento Dionisíaco, viene la calma apolínea. Esto quiere decir que la normalidad se entiende como paz, la que implica una nueva normativa. la anomia, si bien el catártica, no puede durar eterno. Paz para re-construir. Saludos y buen artículo

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