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La noche es oscura,

negra,

como un alma pecadora,

en cuyo fondo se observa,

nítido,

el vacío transparente

de un presagio peligroso.

 

Sin embargo,

pese a todo,

el titilar de las estrellas

descubre en su remanso bello

una límpida promesa,

tenue.

 

Su brillo caprichoso

exhala,

cual hermosa flor de primavera,

un destello de alegría en la distancia

como una brizna de esperanza,

nueva.

 

Es el renacer de la fe

en la vida que no ha muerto,

es separar de la luz

a las tinieblas perversas,

es el cerner de las flores

que conviven entre espinas…

es descubrir,

finalmente,

aquel verdadero sendero

cuya ruta recorremos

antes de viajar al cielo.

 

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