Compartir

Es importante no dejarse impresionar por la contingencia, pero cuando se repiten ciertas situaciones en el tiempo que revelan una pauta de conducta determinada, sí resulta posible empezar a sacar algunas conclusiones y avanzar en una reflexión que vaya más allá de buscar las responsabilidades ajenas y poder encontrar soluciones realmente útiles.

Si bien el estallido social de mediados de octubre dejó ver que el supuesto bienestar del modelo económico y político no era tal, las reacciones de unos y otros están demostrando que también se mantenía latente un serio problema de convivencia.  Gente que odia a otra porque piensa distinto en los más diversos ámbitos, básicamente el político, y que en virtud de esa intolerancia recurre a la agresión verbal y física.   Tenemos las imágenes de gente funando a otra, de personas agrediendo a otros.   En ambos casos, se trata de grupos de individuos que se toman la justicia en sus manos, reemplazando la labor de los tribunales y debilitando el estado de derecho.   Se entiende la rabia, pero no es aceptable la renuncia al raciocinio.

Evidentemente, constatar la existencia de esta intolerancia no sirve de nada si mantenemos el hábito de culpar al otro por ser diferente (por ser de derecha, de izquierda, rico, pobre, religioso, ateo).  Es preciso entender que nos mantendremos en un nivel inferior de convivencia si no somos capaces de elevar nuestra inteligencia y emoción a un estado en el que las diferencias no sean relevantes para nuestra convivencia.

La regla para una convivencia que respete las diferencias sin llegar a la intolerancia es antiquísima: No hacer a los demás lo que uno no quiere que le hagan.  La empatía es la regla de oro, ponerse en la piel del otro para saber qué se siente ser insultado, discriminado, humillado.

No sirve la excusa que habitualmente dan los niños.  Es que él (ella) empezó y yo sólo respondí.   Si las personas quieren ser tratadas como adultos, tienen que comportarse como adultos.  Una vez iniciada la violencia, no se detiene y por eso hay que tener especial cuidado en lanzar la primera piedra, o lo que es equivalente, decir el primer insulto.

No se puede responder instintivamente sino con inteligencia.  No somos bestias acorraladas sino seres humanos dotados de capacidad de raciocinio.  Si nos dejamos dominar por las pasiones, no construiremos una sociedad capaz de avanzar hacia el progreso sino que perpetuaremos el enfrentamiento hasta que un sector se imponga por la fuerza al otro.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *