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Sheila Hicks tenía 23 años cuando visitó Chile por primera vez, en 1957, e hizo un épico viaje al sur con el fotógrafo Sergio Larraín Echeñique, con quien expuso en el Museo de Bellas Artes. De aquella época data su vinculación con el arte textil, que ha seguido desarrollando a lo largo de décadas siendo considerada hoy una de sus máximas exponentes.

Había emprendido el viaje a la América del sur andina con una beca iniciando el periplo por Venezuela; luego siguió a Bolivia, Perú y desde allí viajó en bus a Chile.  Traía una recomendación de Josef Albers, director de la Escuela de Arte y diseño de la Universidad de Yale, para Sergio Larraín Moreno entonces decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica cuya colección de arte precolombino dio pie al Museo donde ahora expone Hicks. Fue Albers, quien había sido profesor de la Bauhaus en Alemania antes de refugiarse en Estados Unidos por la persecución nazi y su esposa Anni Albers, destacada artista textil, quienes introdujeron a la joven estudiante de pintura en Yale  en los textiles preincaicos.

A través de García Moreno Sheila Hicks conoció al grupo de arquitectos que encabezaba Godofredo Iommi, quienes tenían el proyecto Amereida, que estaba en cierto modo en concordancia con la búsqueda estética que ella había emprendido entonces. También con este apoyo realizó una exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes.

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Sin embargo, Hicks hizo su propio aprendizaje y carrera; carrera forjada a partir de una profunda observación una aproximación respetuosa a las fuentes de las que se ha nutrido y reflexiones que lindan con lo poético  (algunas de las cuales acompañan a las obras expuestas). Su idea, según dice, ha sido siempre conservar y trabajar directamente con las tejedoras y tejedores, y artesanos. Así lo ha hecho  en Perú, Chile, Bolivia, India, Marruecos y países del norte de Africa y Asia.  Sus maestros han sido personas anónimas, como “un indio mexicano de Guerrero que hacía guaraches con viejos pedazos de neumático. Y un arquitecto autodidacta de Oaxaca que construía casas con tallos de bambú y seda de cactus” según declaró al diario El País de España en 2018, mientras preparaba una retrospectiva en el Centro Pompidou, en París (ciudad donde vive).

A Chile volvió en 1968 con su marido, el pintor Enrique Zañartu, y su hijo. Este viaje tuvo como fin ayudar a los habitantes de la provincia de Petorca (valle de Quilimarí) afectados por una profunda sequía. Así se fundó el Taller Artesanal Huaquén. Pequeños campesinos y campesinas aprendieron textilería, mueblería  y trabajo en cuero con el impuslo de Hicks y los maestros Jaume Xifra (catalán) y Jean-Pierre Beranger (francés).

Pasión, rigor, poesía

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Hicks trabaja con texturas, tensiones y colores; recogiendo experiencias y aprendiendo en América, Asia, Africa.  Ver algunas de sus obras expuestas en el Museo de Arte Precolombino , desde agosto del año pasado,  es descubrir una pasión y un rigor invaluables. Las estructuras de los palafitos en Chiloé, la construcción piedra sobre piedra en Machu Picchu, así como también una puesta de sol en la costa central de Chile (balneario de Zapallar) aparecen sorprendentemente “retratadas” en algunos de sus textiles. Lana, seda, algodón, lino, hilos de cobre, fibras vegetales, trenzados, tejidos, retorcidos, embarrilados dan vida a sus esculturas, tapices, murales e instalaciones.

La muestra que se exhibe en el Museo de Arte Precolombino hasta el 2 de febrero corresponde a una curatoría de Carolina Castro Jorquera, doctora en Historia del Arte por la UAM, Madrid. Conoció a Sheila Hicks en Nueva York, en 2016, cuando realizaba una investigación sobre el trabajo de Hicks y Anni Albers. Desde entonces ha colaborado con la artista en distintos proyectos lo gracias a lo cual le propuso hacer la exposición en el Museo Precolombino.

Acerca de esta exposición la curadora señaló a la revista Artishock ;

Sheila Hicks encontró en las fibras su medio, en el color su alfabeto estético, y junto con la textura ha construido su propio vocabulario. Ella magnifica las fibras y sus características formales, especialmente la luz y la textura, en donde convergen lo táctil y lo visual. El color se convierte en forma y funciona como sensación fenomenológica. En el trabajo de Sheila Hicks hay muchas pistas, conceptuales, pero también formales, elementales, que están en constante conversación. Emerge una poesía en esa articulación. En algunas obras hay una conversación con la arquitectura, como con el paisaje, con la piel de todo, incluso de los árboles. Hay una relación de espacio y temporalidad en su obra.

La exposición se desarrolla en cuatro ejes: “Hilo, unidad esencial”, “Analogías compositivas: arquitectura y fotografía”, “Recorrido textil: espacios cromáticos, paisaje y memoria”, y “Ser textil”. Hay obras de gran tamaño (esculturas) y otras pequeñas acompañadas de textos, que invitan a una contemplación más íntima. La presencia de objetos y textiles preincaicos, que forman parte de la Colección del Museo Precolombino, remarcan el sentido de la esta exhibición y su título “Reencuentro”.

Parte de la filosofía de vida y trabajo de la artista podría resumirse en lo que escribió sobre sus “tesoros”, (también presentes en esta muestra) :

“El arte estimula la imaginación, algunas de mis creaciones, que llamo tesoros secretos, evocan eventos, personas, tiempos vividos, lugares visitados. Envolturas. Momias. Regalos. Puede ser una posesión o la prenda de una persona especial. La falda que vestí en una ocasión inolvidable. Lo que queda de los objetos preciosos que se han dispensado a mi favor.  A medida que envuelvo una pieza pequeña, esta toma vida por sí misma”

 

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