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.La expresión “no es la forma” marca la diferencia entre los dos bandos en que se ha estado dividiendo la sociedad chilena en estos últimos tres meses, y .hace alusión a la legitimidad de la violencia como método para impulsar el cambio político, social y económico que se ha venido exigiendo en los últimos tres meses por gran parte de la ciudadanía, de acuerdo a las encuestas.

El principio es que, sin causar desorden público, no habría una respuesta positiva de la autoridad a las demandas sociales.  Se reconoce entonces que sí se produce un daño, pero se le justifica porque el bien perseguido sería mayor.   Este razonamiento, por el contrario, resulta inaceptable para otros que, pudiendo concordar en la necesidad de los cambios, legítimamente no creen en esta justificación.

En cierta forma es similar a la dicotomía entre  los conceptos de orden y justicia, que también atraviesa y define las diferencias que se han hecho patentes en nuestra sociedad.   Unos dicen que no se pueden resolver las injusticias sin el orden público necesario para poder concentrar los esfuerzos públicos en dar soluciones.   Los otros responden que no puede haber orden o que este es artificial si no se resuelven las injusticias.

Ambas dicotomías remiten a la vieja frase “el fin justifica los medios” adjudicada a Nicolás Maquiavelo en el siglo XVI.   Nada nuevo bajo el sol, pero tampoco nada resuelto por una sociedad que presume de haber evolucionado pero sigue sin zanjar un dilema ético y político esencial.

Se trata de una formulación tramposa y en cierta medida perversa porque no admite matices ni posiciones intermedias, obligando a la gente a tomar partido por una u otra postura, renunciando anticipadamente a los posibles acuerdos que siempre requieren cesión de los bandos en disputa.

Desde ese punto de vista, es una distorsión de la realidad que nunca se presenta en blanco y negro, como si un grupo fuera completamente virtuoso y el otro perverso, casi diabólico, pero el problema es que es más fácil simplificar la verdad y plegarse a lo que el medio en el que uno se desenvuelve presenta como la única opción posible.

Evidentemente, los antagonistas siempre tienen buenos argumentos para justificarse, pero el efecto práctico es que se produce una caricaturización de los hechos y, sobre todo, de las posibles interpretaciones que todos tienen el derecho a hacer con completa libertad.   Esto es un rapto de las voluntades de las personas, un desprecio a su racionalidad y, sobre todo, un gran riesgo para cualquier sociedad que comparte un mismo espacio territorial.

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