Compartir

Cualquiera que sepa algo de mecánica, entiende que los movimientos son teóricamente eternos hasta que una fuerza externa rompe la inercia y los frena o los desvía.   En nuestro planeta, por ejemplo, tenemos la atmósfera y la gravedad que, con su fuerza, siempre triunfan sobre el movimiento que ha sido previamente impulsado por otra energía.

Cuando se trata de las sociedades humanas, también se producen movimientos que no se detienen hasta haber consumido su energía inicial o verse compensados por una fuerza externa.   Por lo general, estos movimientos se inician con el propósito de compensar un desequilibrio previo, pero también suele ocurrir que, como le sucede a los péndulos, una vez restaurado el equilibrio perdido se genere un movimiento en sentido contrario.

Por eso, las sociedades se dan a sí mismas liderazgos capaces de conducirlas en el camino del cambio pero que, al mismo tiempo, tengan la autoridad para determinar el momento de detener las reformas.   En estos momentos, muchas naciones en gran parte del mundo están viviendo procesos de transformación, los que sobrepasan incluso las fronteras y se instalan en las relaciones entre los países.   Estos movimientos han sido calificados como síntomas del crecimiento de la Humanidad, pero se ha observado también una preocupante carencia de líderes capacitados para sortear con éxito estos difíciles tiempos.

Es posible que parte de esta transición consista también en la necesidad de un cambio en los tipos de liderazgos que se requieren.   Cuando la información viaja casi instantáneamente de un punto a otro del planeta, cuando las mentiras son rápidamente descubiertas y resulta imposible esconder las intenciones, ya no sirve el político que se sube a una banca en la plaza y promete futuros mejores.   Se requiere una comunicación horizontal en lugar de la vertical que se empleó por décadas y que siempre significó un menosprecio hacia la ciudadanía que ya no perdona ese tipo de actitudes.

La energía se ha orientado desde la revolución francesa en términos de izquierda y derecha, transformación y conservación.  Siempre en negro y blanco, y ya todos sabemos que la realidad no es binaria, que hay matices, que las personas no son mejores ni peores por cambiar de opinión porque es un derecho que surge como consecuencia del aprendizaje y debe ser respetado por los demás.    Esta interrupción de la inercia parte del entendimiento de las relaciones y requiere la participación activa de la masa que permanece neutra y hace de la apatía su único compromiso.

Lo único que se pide -y sólo con el fin de suavizar la inevitable transición- es que los cambios se hagan de acuerdo a las reglas de convivencia imperantes en cada lugar y momento, lo que no significa que se renuncie a la posibilidad de considerar en el futuro que también es necesario cambiarlas, pero lo verdaderamente imprescindible es el compromiso real de todos por romper la inercia.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *