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No abordaré estadísticas que ya han sido más o menos expuestas por los medios y es comentario general que en Chile la alimentación se ha convertido en un importante tema debido al alza de la obesidad, especialmente en la población infantil, y como consecuencia una mala nutrición desde la base. Hablamos de promedios que estandarizan a la población para sacar números en los que ponemos poco reparo, porque lo que importa no son los números.

¿Cómo se nutre el promedio de la chilenidad? (La RAE acaba de condenar el uso de chilenos y chilenas, que iba en bonita dirección. Disco Pare de la Academia, ja).  Comida chatarra en primer lugar. Productos sin sello –los más baratos no tienen- golosinas y picoteos (mucho), menús de cuneta. Si viajas en metro notarás que los vagones se convierten en una suerte de comedores individuales, porque no hay tiempo, alimentación en tránsito; si lo haces en buses o transitas a pie a la hora de la “colación” verás cómo una parte importante  de la compatriotada se alimenta de sopaipillas, empanadas de carrito con variables multiculturales, menús de junaeb los más favorecidos porque hay allí una nutrióloga estatal que supervisa que la masa laburante tenga una dieta equilibrada. La tarjeta es anhelada y se expone entre los beneficios laborales desde que fuese ampliada a los adultos y sirve a los negocios del rubro alimenticio para asegurar una masa de clientes. Y después del trabajo, para distenderse y porque nadie quiere cocinar a la hora de regreso a casa –en promedio después de las 20:00 o 20:30, para levantarse en promedio a las 06:00, tomar a la rápida un café o un vaso de leche, un té con tostadas y salir corriendo a tolerar un alto nivel de estrés, como ya sabemos;  tema nada ajeno a este.

La infancia adquiere hábitos y se forma a partir de ellos no solo un presente si no una imagen del mundo, al tiempo que su interioridad propia se desenvuelve tomando contacto con la realidad y entra en interacción con lo constantemente creado, de ese modo se adapta, sobrevive, construye, crea, contribuye. Es muy triste y alarmante ver de qué modo configuramos el mundo de la nutrición para ellos, y analizando causas podemos divisar oscuras consecuencias.

Partamos por el veto al amamantamiento, un castigo inverosímil. La introducción de tiempos acotados para esa relación primordial y nutricia. La sobrepoblación de estímulos en ese contacto que a lo más dura unos meses si los seguros sociales, las isapres y los empleadores lo permiten. La pérdida temprana del núcleo en una rutina que implica desgaste y cansancio –buses escolares, tráfico, altos niveles de contaminación ambiental y acústica- espacios cerrados. La brevedad de la infancia, el juego, la imaginación y la temprana obsesión por introducir en ellos competencias y habilidades estandarizadas.

¿Hay sellos verdes para la formación humana? Sin duda que los hay. Creo que debemos empezar a poner atención en la toxicidad de la educación actual, porque hemos olvidado lo esencial.

Uno de los momentos de mayor lucidez de la Mistral fue la respuesta que dio a las feministas del movimiento de mujeres (El Memch) al que fue invitada en su conformación. Para ella, era un movimiento de elite, que no consideraba a las mujeres trabajadoras. Las trabajadoras de entonces carecían de derechos o fueros de maternidad, colgaban a sus crías a la espalda y trabajaban con ellas o las dejaban al cuidado de vecinas o correteaban por ahí mientras ellas lavaban, cosían, limpiaban o cosechaban, precariamente alimentadas, precariamente capaces de nutrir. No tenían, decía Gabriela –la que con tanto esmero cuidó la infancia- los privilegios que tenían aquellas otras que preferían dejar a sus hijos al cuidado de otras mujeres –esas que carecían de otra posibilidad- para alcanzar más derechos. No le parecía justo. Argumentaba que el sistema ganaría en esa ecuación. Que desatenderíamos la infancia. Colaboramos, en el transcurso de estos cambios, con la desnutrición. Mientras creíamos que ganábamos, perdíamos.

Ahora entendemos que todo aquello es cuestionable, se han logrado muchos espacios a propósito de ese movimiento pero Gabriela era muy lúcida y lo que veía era una sociedad que descansaría su violencia, su descuido, su desprotección, su abandono, su rabia, su materialismo, su pérdida de fe, su culto al yo, su evasión, su cansancio en ese frágil eslabón. Tal vez siempre fue así. Un modelaje, para los privilegiados; una absoluta invisibilidad, para los que no lo fueron.

No proclamo una educación de calidad. Nos dejamos llevar por el envoltorio, por la tentación de la marca de un producto, por la apariencia deseable de un contenido, por la imaginación de una satisfacción inmediata y la letra chica, chiquitísima no la vemos, o si a vemos nos sentimos un tanto impotentes. Los millones de recursos que se invierten en educación solo maquillan el cuerpo, el vehículo, no el alma.

Alma. Una palabra desterrada, aunque vive encubierta. ¿Hablamos de formación? ¿Para qué? ¿Con qué sentido? ¿Por qué educación y formación se confunden? ¿Reglas en lugar de desarrollo? El principal ingrediente de una nutrición que puede hacer la diferencia entre este mundo y otro está olvidado.

No tecnocracia para simular sustentabilidad, en charlas a medida. Contacto real con la naturaleza, esa diosa de todos los tiempos que nos permite vivir. No cálculos de éxito escolar sobre la base de preguntas de entrenamiento, que no tocan la reflexión. No papeleo, si no verdadero contacto. No calificaciones, integraciones. No violencia. No multitudes en salas. No educación bajo rejas y candados.

Si hoy nos preguntamos qué pasó, es cuestión de mirar la forma en que compartimos la experiencia de vida de nuestros hijos. Su tiempo. Qué le dimos de comer a sus almas. Cuando veo Chile, pienso, cómo alimentamos a los hijos de nuestra sociedad si son capaces de disparar a un joven indefenso, con qué contenidos llenamos su infancia si están llenos de frustración y rabia, qué hormonas, psicotrópicos, ausencias, castigos les sirvieron de alfombra a la venida del mundo. Desperdiciamos lo mejor de ellos, de nuestra comunidad, de nuestra sociedad en adiestrarlos para resultados que los contaminan de paliativos para que no lleguen a darse cuenta que son esclavos productivos si no logran llegar a una fuente de sentido; les quitamos lo realmente importante para que no lleguen a darse cuenta que podrían salir de ahí. Y cuando lo hacen los consideramos asistémicos.

Pero están ahí, enseñándonos con el alma lo que la sociedad les niega: un descubrimiento por la senda de la curiosidad, la imaginación, el asombro, la ternura; otra construcción y otra estructura que los cuide y proteja del modo en que evidentemente no lo hacemos. Quizás debamos parar y bajarnos de la toxicidad de la mecánica en que estamos y preguntarnos qué es lo verdaderamente importante. ¿Qué era? ¿Qué será?

Rehumanizar la educación es urgente, por eso bienvenidas y bienvenidos quienes ya aprendieron que las sendas son propias, inigualables, que no hay estándares más que sentirse bien con la unidad y la otredad. Compartir el espacio tiempo y aprender de la naturaleza en medio de ella, del respeto en el respeto, de la solidaridad en la solidaridad. Poner en el centro lo importante: la vida.

 

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