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Para nadie es un misterio que, a medida que se acerque la fecha del plebiscito constitucional del 26 de abril próximo, se producirá un crispamiento de la opinión pública y una polarización entre los defensores de las opciones del Apruebo y el Rechazo, lo que va acompañado de la sustitución de la racionalidad por las emociones.

Contribuye a ello el carácter fundacional que se le ha dado a este hito ciudadano así como la falta de información respecto de las reglas para su realización.   Tanto las autoridades del Gobierno como los dirigentes sociales y políticos han contribuido a este clima de exacerbación al poner el acento en declaraciones altisonantes que hacen que la ciudadanía tiende a creer que el país no podrá volver a ser el mismo, en un sentido u otro, para bien o para mal, y que este es un enfrentamiento entre “buenos” y “villanos”.

Este plebiscito es la búsqueda de un acuerdo social que nos permita una convivencia mínimamente armónica entre todos los habitantes de un mismo territorio, pero se ha ido convirtiendo en una disputa electoral para evitar que el bando contrario pueda ganar, lo que expuesto en frío constituye un claro error y un pésimo argumento porque no apunta a construir.  No se está votando por un programa de Gobierno o por un Presidente, sino por un entendimiento, por un reglamento que ordene las siguientes contiendas, en las que sí se elegirán distintas visiones para el futuro del país.

En este contexto, es preocupante el rol que han jugado las redes sociales, en donde conocedores e ignorantes tienen la misma posibilidad de hallar eco para la información y la confusión, y quienes están llamados a conducir el proceso precisamente porque tienen la condición de líderes de opinión no están actuando de la manera que deberían, ya sea porque no saben de qué se trata, porque están imbuidos en la idea del enfrentamiento en lugar del entendimiento, porque están acostumbrados a una política sin matices o porque creen que les conviene.

Por otro lado, las desconfianzas y los miedos han asumido el protagonismo como emociones imperantes, y algunos han planteado que este es el fin de derechas e izquierdas, lo cual constituye un acto de voluntarismo sin fundamentos, pero sí es una oportunidad para definir un nuevo sistema político que nos permita la flexibilidad para enfrentar los futuros desafíos que se encuentra al fin del mundo.

Son tiempos de transición y, por lo tanto, de confusión, en los que las emociones más básicas desplazan a la racionalidad, y nadie se está haciendo cargo de ese problema que puede ser determinante al momento de resolver la contienda constitucional.

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