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Texto dedicado a Omar Kattan (músico)

Aún existen cosas que nos unen con lo más diáfano de nuestro ser,  con lo que realmente somos, con nuestra esencia; entre ellas, indiscutiblemente, se pueden citar a los instrumentos de percusión; sobre todo a los que se despiertan al contacto de nuestras palmas, ya que se produce un sonido absolutamente primitivo, básico y puro. Bailar al ritmo de la percusión es uno de nuestros primeros instintos, antes de caminar ya nos movemos al ritmo de la música y buscamos la manera de percutir. Los tambores, las darbukas y otros similares cuando están entre manos expertas, esas que vienen destinadas y bendecidas para darles vida, entregan lo mejor de sí; encantando al cuerpo para conducirlo por los caminos fascinantes de la danza y al espíritu para sumirlo en el hipnótico trance que lo lleva a maravillarse con el sonido de la música, mientras se suma inerme el corazón acompasando sus latidos. Los músicos que practican este tipo de arte, la percusión, tienen la tarea de rescatar costumbres ancestrales, valiosas; nos conectan con el pasado, mientras se hacen uno con el instrumento y viajan por el tiempo para traernos sonidos de antaño.  Ecos llenos de emoción y entrega, que están ahí, a un golpe de palma, pero no a un golpe cualquiera, sino a un golpe sabio, que seguramente ya había sido dado en otro momento.  Tal vez estas almas han regresado, desde otro espacio, otra época, debido a que la música se rehúsa a perderlas, porque las ama, las aquilata y las resguarda  como lo que son:  tesoros vivos.

Definitivamente, tenemos mucho que agradecer a quienes dedican su tiempo, su vida y energía a la música; sobre todo practicándola, en un formato tan humano, antiguo y sencillo, pero no por ello carente de complejidad interpretativa, como lo es: la percusión de tambores; muy por el contrario, justamente es su naturalidad, en la forma, lo que exige al intérprete contar un gran talento, que le permita lograr obtener estas melodías cautivantes, talentosas que son, en realidad, pura vibración brotada, generosamente,  desde el fondo sublime de su más tierno amor.

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