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Un pescador fue el primero en avistarlo. Primero pensó que era una alucinación fruto de la nostalgia de tierra provocada por muchos días de travesía. Luego razonó que podía ser un madero, aunque frondoso, a la deriva. Finalmente llegó a la conclusión de que estaba plantado allí. La brisa del mar acunaba a las ramas y a sus hijas las hojas. Aquello no se pesca. Y siguió faenando.

Más tarde un petrolero se cruzó en su camino. El capitán apenas vislumbró una mota de naturaleza en un horizonte inabarcable de agua salada. Dio instrucciones de rodearlo para evitar que las hélices resultasen dañadas. No pensó siquiera en un boicot ecologista porque tan nimia creación no podría alterar el rumbo de su enorme transporte. Y siguió navegando con las tripas de su buque preñadas del negro fluido.

Una fragata de una armada cualquiera (poco importa la bandera) lo detectó con su radar de combate. Los algoritmos descartaron pronto la amenaza. Grabó sus coordenadas y las transmitió al resto de la flota. El capitán, de inmaculado uniforme, tocó el distintivo de su rango para reafirmarse en su comando. Y continuó su ruta hacia una guerra no declarada.

El siguiente encuentro fue con un crucero plagado de turistas. En cuanto los viajeros fueron conscientes de la excepcionalidad, los fotos se dispararon. Las fotografías en pareja dejaron paso a los selfies y finalmente a los retratos con fondo paisajístico. Y siguieron disfrutando de la vida a bordo como si de un parque de atracciones se tratara.

Apenas se habían disipado los sonidos de la fiesta cuando un barco cargado de madera tropical divisó la inusual plantación. Informado el armador de tal anomalía, descartó investigar la naturaleza de aquella madera para no retrasar la llegada de la carga. Sospechaba que no le sería tan fácil fletar la siguiente. Al fin y al cabo, la selva se acabaría algún día y los activistas serían cada vez más molestos. Los troncos inertes se mecieron con el barco cuando éste corrigió el rumbo camino de los hogares de los consumidores.

Un mastodóntico portacontenedores ni siquiera fue consciente de su presencia. Afortunadamente, el ordenador de navegación eludió la colisión y, dado el ínfimo tamaño de la amenaza, ni siquiera se molestó en alertar a la tripulación. Los contenedores llenos de mercaderías necesarias e innecesarias no se movieron ni un milímetro. La carga prosiguió su destino.

Días después un yate arrumbó en su cercanía. Los tripulantes nadaron en torno a él, celebraron el encuentro con champán, brindaron por la vida y pusieron rumbo a la siguiente cala en la ruta de sus deseos.

Y el árbol ahí sigue…

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3 Comentarios sobre “Un árbol en el océano

  1. Toda una lección la de aquel árbol en medio del mar. Lo mejor de todo es que nadie lo cortó. A veces, lo bello pasa por nuestro lado y no lo vemos. Muy bueno, saludos.

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