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Si bien al sistema político chileno se le caracteriza habitualmente como excesiva presidencialista, dada la concentración de facultades en la figura del Presidente de la República, hay sin embargo un diseño de contrapesos que evitan los posibles abusos de la autoridad, y por ello se ha consagrado la autonomía de los otros dos poderes del Estado -Judicial y Legislativo- así como de otras instituciones como la Contraloría General de la República, el Tribunal Constitucional, el Ministerio Público y el Banco Central, entre otras.

Este modelo opera eficazmente en la medida que cada uno de los actores entienda sus atribuciones y limitaciones.  Si uno de ellos se extralimita, genera una crisis institucional que se soluciona por los conductos ya instituidos.   Violar los mecanismos de solución de las controversias es una crisis aún mayor que podría desembocar eventualmente en la pérdida de la democracia.

Dados los hechos conocidos por todos en los últimos meses, con un Ejecutivo que ha ejercido al máximo sus atribuciones, no se puede sinceramente acusar al actual Presidente de la República de excederse en sus facultades, aunque sí se le puede responsabilizar de graves errores políticos que, en cualquier caso, no representan una crisis institucional seria y permanente.

La raíz de la errónea conducción de la actual administración reside en la apreciación equivocada de este delicado equilibrio de fuerzas.  Pecando de una conducta soberbia, se creyó que el presidencialismo era tan autosuficiente que podía imponerse a las demás instituciones, pero aunque tuvo éxito frente a organismos que evitaron ejercer sus atribuciones para evitar conflictos, se equivocó dramáticamente cuando trató de imponerse ante el Congreso Nacional.  Bastaba con darse cuenta que las dos cámaras tenían mayoría opositora para esperar que hicieran valer su fuerza al primer traspié del Ejecutivo.

Un Presidente que basa parte importante de su discurso en la idea de la unidad nacional no puede ignorar la obligación que tenía de buscar un entendimiento con un Congreso adverso.   En lugar de eso, se buscó dominar en la confrontación recurriendo a la opinión pública con el mensaje ya usado por la dictadura acerca de la corrupción política, incurriendo en otra equivocación como fue suponer que la gente favorecería al Gobierno.

La suma de errores, originada en una auto percepción errónea de las virtudes propias y de las debilidades ajenas, ha ido acumulando puntos en contra hasta llegar a un momento en que los propios partidarios del oficialismo comienzan a darle la espalda a un Presidente que ha hecho un gobierno insatisfactorio y que, además, ha sido incapaz de convertirse en el líder de su propia coalición.

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