No es la cámara, es tu visión; es la artística, crítica, denunciante y reflexiva conciencia que invade a tus ojos. Otros quizás no ven, lo que tú has visto: la belleza, la locura, el pecado, la alegría, la frescura o el terror que puede imperar en el eterno y cambiante ahora; realidades diversas, que están delante de todos, pero que, a veces, sólo tu cerebro lee. Ese frágil momento alcanzado por tu lente, el certero disparo de la cámara fotográfica y has grabado un segundo del tiempo; se lo has quitado; atrapándolo en una imagen que, en esencia, logra detener, al perpetuo cambio que se da en la eternidad. La copa de un árbol que danza en los brazos suaves de la brisa, o el árbol cercenado que llora en el suelo; el brillo de una piedra acariciada por un generoso rayo de sol, que ha venido a visitarla, o la dureza de su cuerpo cuando es arrojada a un ser indefenso. La mirada profunda y dulce del amor y la del miedo insondable en tiempos de dolor. La innegable belleza de la ropa limpia, colgada en un sencillo cordel; la espuma coqueta en la oscura taza de café, o bien, el color del hambre y del frío invadiendo despiadadamente el espacio, sin misericordia y sin señales que indiquen un pronto y positivo renacer.
La fotografía, también, se ha arrogado la misión de mantener la cordura de la historia del mundo, entregando respuestas y pruebas de acontecimientos. La fotografía no se inventa, se descubre, porque ella, recuadro a recuadro, enmarca a la vida. Una vida con tiempos de paz y con tiempos de guerra, con heridas cerradas y otras eternamente abiertas. Con momentos y sentimientos de variados estilos, que se quedan para siempre estáticos en la imagen capturada y luego fijada sobre alguna superficie dispuesta a custodiarla. Y detrás de la captura, el mejor cazador de momentos, el fotógrafo. El fotógrafo que provisto de unos ojos curiosos y atentos, va por los caminos de la existencia armado de cámara, atención, sensibilidad y talento y que, ante todo, es un pintor, sin pinceles ni lienzos, pero con la capacidad de reconocer lo que es importante, ya sea para apreciar la belleza, probar algún hecho o, simplemente, fotografiar algo que será, para más de alguien, un delicado, amado y respetado recuerdo.