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Una de las lecciones posiblemente más interesantes, a nivel personal, de la cuarentena ocasionada por el Covid-19 ha sido descubrir el valor del tiempo y el uso que estábamos haciendo de este.   De `pronto hemos descubierto que la necesidad de administrar por nosotros mismos el tiempo nos revela que hemos vivido gran parte de nuestra vida determinados por las obligaciones impuestas por otros.  Se trabaja o se estudia en cumplimiento de los roles que nos hemos asignado, hasta nuestros desplazamientos son establecidos por otros y nos encontramos con que, incluso cumpliendo a cabalidad nuestros deberes, ahora tenemos una importante cantidad de horas libres.

¿Qué es lo que hacemos entonces con ese tiempo libre?   Pues buscamos cómo divertirnos, que es la forma en que hemos aprendido que se elimina el tiempo ocioso.   Recurrimos a la televisión, a la lectura, a cocinar, a tejer, pero después de algunas semanas constatamos que todo nos empieza a parecer vacío y carente de sentido, principalmente porque son actividades externas a nosotros, sin mayor participación de nuestro potencial creativo.

Posiblemente, esta necesidad de divertirnos no le ocurría a nuestros antepasados que debían dedicar una mayor proporción de sus jornadas a la búsqueda de soluciones para sus necesidades más básicas.   Eran tiempos en que hasta para tener una camisa blanca se requerían más horas de dedicación.   Hoy ponemos la lavadora, calentamos la comida en el microondas o simplemente pedimos algo para comer a domicilio.

Nadie es consciente de las facilidades de la vida moderna hasta que las pierde.  Eso es sabido.   Lo que no sabíamos era sobre nuestra dependencia de la entretención como método para llenar nuestros días, y ahora que lo estamos descubriendo no sabemos cómo divertirnos por nosotros mismos con los medios que tenemos a nuestro alcance.

Algo similar ocurre en nuestras relaciones con los demás.  Acostumbrados de toda la vida a tener cerca a los familiares y amigos, ahora comprobamos que tenemos que aprender a estar relativamente solos.

Evidentemente, se puede llamar a la gente, pero no abrazarlas ni besarlas, y esa carencia se traduce en una importante inseguridad al nivel de los afectos que, a su vez, conduce a una inestabilidad emocional que habitualmente ignoramos por el ruido de la diversión que nos distrajo de nuestras verdaderas necesidades como miembros de una comunidad y de un grupo de referencia que nos decía quiénes somos y qué nos caracteriza.

Entonces, hay que revisar quiénes somos y qué hacemos, y probablemente rehacer nuestras vidas para que sean más significativas.

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Alguien comentó sobre “La Diversión como Objetivo

  1. Muy certero, como siempre. Interesante aquello de “sabíamos de las facilidades de la vida moderna”, sin embargo, el hecho de entretenerse parece mostrar más el vacío. Quizás es el miedo al “pecado de la ociosidad”. Bien!

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