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a Leos Carax

Porque ninguna revista de moda mantuvo
esos cánones de belleza en la portada, la estética
del amor parisiense, cuajada de almíbar, perfumada
con realismos comerciales y besos robados al estilo
Doisneau, yace en el Hospital psiquiátrico que Alex,
con mayor o menor conciencia, acepta como destino
con sentido maternal. Asediado por prácticas
autodestructivas se golpea la cabeza contra el asfalto
y ve pasar trenes. Millones de trenes. Bebía cerveza
y fumaba Gitanes y Celtiques. En ese close reading
de la ingesta abusiva de alcohol, veía un tren
detrás del otro, imaginándose e imaginándolos.
A veces sí, a veces no. A veces siempre y, a veces,
nunca. En sí, ninguno de esos trenes del submundo
lo movilizan. Fuera de sí, carga su manantial de aves
muertas. El violoncelo difumina los espacios reales
(los fierros cruzados de las banquetas) en un efecto
bokeh y los tonos cálidos -de una escena que nunca
se registrará- escala esos sonidos, de raíz húngara,
hasta que al final del paisaje, quizás donde concluye
el plano secuencia, Eros y Ágape entrelazados,
abastecen el futuro. Amar es abandonarse
hasta las uvas– piensa, mientras deja que un trazo
de sí misma se pierda en las aguas del río enfermo
que jamás parió peces. En ausencia de oleaje, amar
también exige aquella continuidad del ser que en el otro
acepta hospedaje, aunque sea bajo los puentes
desaseados en cuya cuartería intentarán convertir la luz
en materia a pesar de la mirada borrosa. En los espacios
muertos de la filmación conversaron acerca de ideas
inquietantes y de asuntos públicos que olvidarán
y a las cuales los artistas desheredados se aferrarían
con dientes y muelas y darían su vida por alcanzarlas.
Entierran promesas de bajo fondo que sirven
para historizar y deconstruir su existencia
junto a un ciruelo. Arrojados a la incertidumbre sin abrigo
cualquier concepto abandona la caja de madera
donde la memoria mantiene vivo el tiempo de las fresas:
la madre, o el simbolismo que representa. De la mirada
seca de los abandonados emergen fotogramas
que quedan dispersos en el suelo. Alex fue discípulo
aventajado de estos óxidos. Renguea el acróbata
apoyándose en la muleta y busca por mar o tierra
superficies blandas y tibias que pudieran contenerlo.
Todos tienen derecho a inventar un mundo,
y habitar el mundo que crearon, aunque no sea
real. Michéle, los miserables satisfacen en el baile
deseos reprimidos o deseándolos sin lograr consumarlos
o consumarse hasta esfumarse por cualquier
callejuela con adoquines, dejando como única evidencia
que estuvieron aquí, una estela de sangre mientras
el cielo se llena de duraznos que explotan. Bajo los focos,
los clochards y las sombras de los punkabbestia
recorren el poema que escribo sin reconocer domicilio.
Saben que es verdad: fueron mutilados estos faroles
antes de nacer, en plena guerra. Ahora sin ojos
proyectan sombras y los cuerpos expuestos
acarrean las sombras que esos faroles mutilados
proyectan sobre ellos. El viento atrasa los relojes
con feroz fuerza narrativa para que todo vuelva
a repetirse y el puente permanezca cerrado al público.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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3 Comentarios sobre “Les amants du Pont-Neuf

  1. Sugerente, fuerte en la frase final de un romántico puente de París, donde los amantes cuelgan candados de promesas “sin llave”, cerrado al público y reina la locura debajo de la tarjeta postal. Vas al hueso!

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