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Dicen que fue esa la respuesta del sabio Diógenes –el que buscaba con un farol un hombre de verdad- a Alejandro, el Magno, cuando éste, de pie frente al eremita vagabundo, le ofreció darle lo que deseara: ¡Apártate! Me tapas el Sol.

Es una leyenda. El Alejandro, engrandecido ya por sus bélicas conquistas, no fue contemporáneo de Diógenes, y si hay abundante soporte histórico sobre la figura del gran conquistador macedonio, poca hay que dé cuenta de quién fue este personaje que otorgó de rebote el nombre a un complejo de pobreza, acumulación de basura, adoración de cualquier objeto, avaricia, que asimila la escena, pero no el fondo del mito.
Diógenes, fundador del cinismo –otro término tomado equívocamente por la cultura popular pues no se refiere a una actitud de falsedad o desvergüenza, descaro o insolencia, como define alternativamente la Academia, si no a la idea de que la felicidad viene dada siguiendo una vida libre, simple y acorde con la naturaleza- vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, durmiendo en un barril.

El filósofo de Sinope (404–323 a. C.) apuntaba a algo esencial con esa frase. El sabio vagabundo reconoce más la beneficencia del sol que toda la autoridad de Alejandro, quien en su época fue considerado un dios en muchos territorios, pues en esa simple acción de dejarse iluminar, entibiar, desarrollarse, el poder y la humildad son iguales.

Igualmente receptivas. Igualmente bendecidas por el milagro diario -¿eterno?- de darnos la luz sin la cual no nos sería posible existir. Hay en ese desdén un golpe al ego. Una lección increíble, resumida en una línea insolente: solo te reconozco como un igual. Y se refiere, también, en mi opinión, a su opuesto.

¿Qué es la sombra, en ese contexto? Si a la luz somos lo que somos, sin nada que ocultar, rendidos ante la iluminación poderosa, la sombra es lo que debilita esa luz y provee espacios para el error, la distancia, la separación, donde el ego reemplaza a los dioses, y el poder humano se consiente como superior al poder divino. Es en el gesto de Alejandro donde reside el espectáculo de lo que somos o no capaces.

¿Qué puede ofrecer un emperador que alguien conforme con sí mismo, en armonía con el universo, pueda desear? El alma de Diógenes no quería dejar entrar en su luz la limitación de Alejandro.
Dicen que el noble hijo de Filipo V y discípulo de Aristóteles respondió:
“Si no fuese Alejandro, hubiese querido ser Diógenes”.

Pero solo era Alejandro.

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3 Comentarios sobre “¡Apártate, me tapas el sol!

  1. Apártate, salte de mi camino, no me impresiona tu presencia ni tu poder. Estás obstaculizando mis propósitos de vida humilde y sin complejos.

  2. Un breve pero profundo recordatorio de la figura de Diógenes y la importancia de ese gesto tan humilde y poderoso como pedirle a un emperador que simplemente, no le tapara la luz solar. Toda una metáfora de la simpleza y el poder de la luz frente a las tinieblas. Gracias.

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