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Dice Google citando a la BBC (tal combinación de marcas se antoja suficiente para aceptar un cierto grado de aproximación a la verdad, al menos a la versión de la verdad que la mayoría de la gente dará por buena) que el árbol más viejo del mundo está en el bosque nacional Inyo, localizado en el centro del Estado de California. Asegura la cadena británica que es un Pinus longeave y que tiene 4.847 años. El ejemplar ha sido bautizado como Matusalén, personaje bíblico al que el libro del Génesis atribuye una vida de 969 años, 604 días más que a su padre, Enoc. Matusalén era el abuelo de Noé, quien también vivió la friolera de 950 años según el relato bíblico y que, a su vez, estaba conectado con Adán, el primero de los hombres, quien a pesar de ser tentado con éxito por la serpiente y expulsado del jardín del Edén alcanzó los 930 años de edad.

El antiquísimo árbol no puede ser visitado ni venerado porque el Servicio Forestal de Estados Unidos ha decidido mantenerlo en el secreto para evitar los riesgos implícitos a su eventual relación con los humanos. Así que solo un puñado de administrativos saben realmente dónde se ubica el pino, mientras que los millones de visitantes que recibe el bosque han de conformarse con imaginar cuál de los ejemplares que allí moran es el árbol más longevo de la tierra.

Matusalén compite con el Viejo Tjjko, una Picea de Noruega ubicada en Suecia cuyas raíces tienen más de 9.500 años. Sin embargo, su tronco es más reciente, apenas de unos cientos de años, razón por la cual no ha destronado al pino californiano. En esta especie arbórea el tronco sobrevive un máximo de 600 años, pero las raíces se mantienen y engendran nuevos ejemplares.

En la vertiente chilena de Los Andes vive un alerce de 60 metros de altura al que los expertos atribuyen una edad de 3.600 años. Bautizado por sus descubridores como “El gran abuelo”, el lahuán (en el lenguaje de los mapuches), del género de las Fitroyas (en el de los científicos), ostenta el título de tercer árbol más viejo de la Tierra. Su declaración como monumento natural en 1977 le protege de la depredación humana.

Al lado de mi casa, mirando hacia la sierra, hay un árbol pequeño, casi un arbusto. Está allí desde antes que yo me fijara en él, pero mi observación lo ha convertido en un encuentro persistente. Unos días me dice que la rutina adormece el alma; otros me susurra que el tiempo que realmente cuenta es el del corazón. En ocasiones siento que atisba dentro de mi ser y, como mi lado oscuro no está muy profundo, me produce un cierto cosquilleo. A menudo la brisa balancea sus ramas y entonces me hace sentir los pulsos de mi espíritu viajero. Y siempre, siempre, me evoca que sus raíces siguen allí, vivas pero casi inmóviles, prendidas en los valores de una tierra que le sirve de sustento.

El árbol en el que me contemplo no es viejo ni joven, no está especialmente protegido ni desprotegido, no tiene nombre ni nadie que lo conserve. Y yo soy, conscientemente, su único visitante. Su naturaleza me recuerda que la humanidad no tiene sentido si pierde la conexión con sus raíces, no crece sana si la savia de los valores no circula por el tronco que eleva la educación y que el tiempo no se mide en años, sino en experiencias.

Creo que voy a ponerle un nombre al árbol. Lo llamaré “virtud” para que además de ayudarme a ramificar mis pensamientos me indique cardinalmente el camino hacia la armonía a través de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Siento que he tenido mucha suerte al encontrar mi árbol, mientras medio mundo sigue buscando el más viejo, el más grande, el más alto o el más frondoso.

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2 Comentarios sobre “Encuentra tu árbol

  1. Excelente!
    Me encantó desde las primeras líneas hasta el final. Lleva un gran mensaje para aquellos que aún no han encontrado ese árbol que, sin tener cualidades extraordinarias es especial para quien lo elige.

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