Compartir

La última cuenta presidencial confirmó, una vez más, que existe un profundo abismo entre el Gobierno y la ciudadanía.   Un presidente que parece no entender lo que pasa en la sociedad, que habla de un país que parece no existir, y al frente las personas que ya no esperan ayuda estatal y prefieren tomar las decisiones por sí mismas.   Las encuestas confirman esta apreciación.

Pero no se trata solo del Ejecutivo sino del conjunto de lo que suele llamarse la clase política.   Salvo algunos episodios, como la apertura al acceso de las personas al 10 por ciento de sus ahorros previsionales, la extensión del post natal y la presión para mejorar el monto del ingreso familiar de emergencia, los partidos y los parlamentarios también mantienen un distanciamiento del público y no logran repuntar en su valoración.

Han sido demasiados años en los que se dio por supuesto que los votantes elegirían sin reclamos entre las distintas alternativas puestas a su consideración, y cuando se reemplazó el sistema electoral binominal por uno proporcional que permitiera el surgimiento de nuevos movimientos y liderazgos, la misma sociedad no ha sido capaz de proporcionar los nombres adecuados.

Es fácil criticar y reclamar contra los políticos, pero no se puede olvidar que estos son elegidos por la ciudadanía, y si no son de agrado de la mayoría entonces la misma mayoría tiene la responsabilidad de generar los liderazgos que se necesitan.

Nos encontramos entonces en un escenario de escepticismo e incomunicación entre gobernante y gobernados, en el que la indiferencia respecto a los actos y necesidades de la contraparte determina el ánimo popular y es similar a la animosidad entre los divorciados tras un tiempo, cuando el rencor cede paso a la indolencia.    Mucha gente está esperando el plebiscito para determinar la forma de crear una nueva Constitución y se ha puesto demasiada confianza en que la Carta Magna contiene una varita mágica que resolverá todos los problemas sin considerar, al mismo tiempo que a esta administración le quedan veinte meses y hay que preparar las candidaturas para suceder al actual Presidente.

Es cierto que las encuestas reflejan que hay dos posibles nombres separados del resto del grupo pero ninguno supera el 15 por ciento de adhesiones, y eso es muy poco para un país que necesita recuperar la confianza en la política y renovar el contrato entre el Gobierno y la ciudadanía en un contexto en el que las relaciones entre las partes se han alterado significativamente desde que se confirmó que el modelo político, social y económico es insatisfactorio para vastos sectores de la sociedad, que las injusticias son mucho más profundas que lo que algunos suponían y, especialmente, que la forma de organizar a nuestra sociedad ha significado dejar de lado a numerosos grupos que sienten, con razón, que si el país no los incluye no vale la pena respetar el orden impuesto ni menos acatar a la autoridad de turno.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *