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Gran parte del país ha estado siguiendo atentamente en estos días la teleserie protagonizada por la familia Calderón-Argandoña, pero otra parte del país ha estado reaccionando en forma indignada a la cobertura que ha estado haciendo la prensa de este caso, en especial la televisión y dentro de esta los espacios matinales.

Emulando el título del famoso programa del periodista Carlos Pinto, precursor en la explotación de la morbosidad por los dramas ajenos estrenado en 1993 y que contribuyó a normalizar la delincuencia, es importante hacer notar que, más allá de la posición que cada uno tenga respecto a lo que en Chile se llama prensa farandulera -en otros países prensa rosa o periodismo del corazón-, es evidente que se trata de un subgénero del periodismo que se caracteriza por no entregar información sino emoción, pero no cualquier emoción sino la que se asocia con la envidia, la morbosidad y un estilo de vida pequeñoburgués, el que a su vez está asociado al individualismo, el materialismo y el arribismo.

Existe cierto consenso en que es un tipo de periodismo funcional a la distracción del gran público, equivalente en ese sentido al “pan y circo” romano, por lo que constituye un género habitualmente despreciado por la intelectualidad, aunque se reconoce que tiene un alto consumo por parte de las audiencias.

 

Lo delicado de este tipo de periodismo es que en nuestro país constituye una industria carente de reflexión y que solo busca el beneficio económico sin mayores cuestionamientos éticos.   En un sistema de comunicaciones en el que la televisión juega probablemente el rol más destacado en términos de masividad, esta falta de autocrítica constituye una amenaza al derecho a la honra de las personas y su privacidad.

Si la televisión tiene una función social en cuanto a “comunicar, educar y entretener, como lo señaló la primera Ley de Televisión en nuestro país, este marco regulatorio fue diluyéndose hasta su completa eliminación en las reformas de la ley, acorde a lo que indicaba el progresivo predominio de un modelo liberal en el que las personas son abandonadas a su arbitrio e idealmente reducidas exclusivamente al papel de consumidores, en el mismo fenómeno que significó de forma paralela la erradicación de las clases de educación cívica en la educación y la proliferación del consumismo.

Desde este punto de vista, la reacción de parte de la sociedad a la cobertura dada al caso de la familia Calderón-Argandoña es una nueva señal que se suma a otras que significaron la salida de pantalla de algunas figuras identificadas con una forma de hacer televisión caracterizada por el desprecio por la ética y el respeto a las personas, y desde ese punto de vista sería una buena señal, en la medida que esté basada en un proceso de reflexión y no en el simple rechazo subjetivo a determinados personajes.

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