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Ataviada con un largo vestido, conservo una postura muy erguida.  Un chal cae, con descuido, por mi espalda y un gran sombrero  protege mi cabello; de seguro, voy  hacia algún lugar, yo no lo sé. Llevo un pequeño ramo de flores en la mano izquierda y, al parecer, esquivo los rayos del sol, porque mantengo los ojos cerrados y el cuello en una torsión, que indica cierto placer o disgusto, tampoco lo sé. La verdad es que me cansa esta posición, pero se me ha encomendado  vivir de este  modo; y así, aquí de pie, sobre una pequeña alfombra tejida a crochet, en una delicada mesa, junto a un mullido sillón, transcurre mi vida.

No he visto el lugar en que me encuentro, ya les dije, tengo los ojos cerrados,  pero sé que estoy rodeada de actividad.  Cada día, escucho pasos humanos y también unos gatunos, muy suavecitos; siento ladridos de perros, distintas bocinas de autos, lluvias crepitando y el soplido del viento. Oigo voces, portadoras de noticias, que me indican que junto a mí viven personas dotadas de almas vibrantes, y enamoradas de su existencia. Yo, por mi parte,  estoy consagrada a la belleza; adornar en el mundo, es mi trabajo y misión.

Como, en este invariable estado de ser, tengo mucho tiempo para pensar y reflexionar, les puedo contar que: de tanto analizar, lo que puedo percibir,  he descubierto la existencia de algunos seres, que viven igual que yo, o pretenden vivir igual que yo, es decir, dedicados a la belleza.   El problema es que, también he descubierto que, a veces, a estos  hombres y mujeres, con el afán de cumplir con los estereotipos de hermosura imperantes, no les importa  el precio a pagar.   Y así, por una figura delgada,  son capaces de someterse a dietas de hambre; por conseguir músculos tonificados, hacer de un gimnasio su hogar, y para llevar atuendos de envidia, están dispuestos a quedar sin recursos o subsistir endeudados de por vida.

Yo, soy una ilusión, soy perfecta; una figura de porcelana, hechizada por su creador;  no cambio, no envejezco, no engordo ni adelgazo.  No se me cae el pelo y luzco pulcra todo el tiempo, porque soy una ficción.  Pero igual, aunque no lo crean, esta apariencia me cansa y ¿quieren saber algo más?, de tanto verme ya no me ven, me he vuelto invisible para mis propios dueños, sólo algún visitante me descubre y, luego,  si sus visitas se vuelven frecuentes, también desaparezco para éste.  Finalmente, mi destino trazado igual se desvanece.

Saben…si  yo tuviera la oportunidad de vivir, en un cuerpo de carne y hueso, aprovecharía cada momento; no habría uno más valioso que otro, todos serían relevantes para mí.  Disfrutaría de la comida sabrosa, de los pasteles, los guisos y las bebidas.  Contemplaría, ilusionada, los atardeceres y  cada amanecer, sería una fiesta para mí.  Con agrado, me despediría de estas flores, prisioneras en mi mano, dejando que se sequen, para volverse semilla y abono de otras.  Regalaría mi sombrero y este chal, a quien lo pudiera necesitar; me tendería sobre el pasto para mirar las nubes pasar.  Viviría sin pensar en un mañana y cuando llegara el momento del adiós, abandonaría mi cuerpo, feliz de lograr perderme en el azul del cielo, en la humedad de la tierra y en el sonido del oleaje del mar.  Me iría en paz y  agradecida, por el privilegio, de  haber tenido la sublime oportunidad de experimentar la  magia de la auténtica vida, correr por mis venas.

La belleza de la porcelana es fría, efímera, inútil y distante;  la belleza del alma es eterna, transmutadora y  creadora de importantes realidades.  Por ende, es  la que se debe perseguir incansablemente; tan incansablemente, que hasta en el último aliento, exista el profundo deseo de alcanzarla y atraparla, ojalá, para siempre.  Se los digo yo, que sé lo que es ser sólo bella, pero lamentablemente, desprovista de un alma cultivable y serena.

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2 Comentarios sobre “La belleza de la porcelana

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