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Hace ya varios años, un día de verano, salí a caminar muy temprano por mi ciudad; el aire estaba fresco, no había brisas importantes, ni ruidos con ansias de protagonismo; sólo la luz mañanera de un día, levemente, nublado y las calles que se presentaban ante mí, como alfombras rojas dando la bienvenida. Era una mañana tranquila, amigable, pero que me deparaba una pequeña sorpresa. En una de las tantas vueltas que di, mis pies se detuvieron, bruscamente, porque mis ojos fueron sorprendidos por un simpático par de exóticos zapatos atigrados femeninos, que estaban abandonados y prestos para caminar sobre un breve escalón en una esquina; era  una verdadera instalación artística.  Me detuve a observarlos, me acerqué, miré hacia todos lados, no había ni un ser a la vista, únicamente, la quietud de la hora temprana, que  lo impregnaba todo, y los zapatos.  Después de sentir una sensación indefinida, esperé un poco para ver si ocurría algo más, pero nada sucedió, excepto que el reloj seguía contando minutos; decidí, entonces, tomarles  una foto y seguí mi periplo; pero me quedé pensando en la dueña de los zapatos, era como si ella se hubiese esfumado en el aire, mientras caminaba; concluí que, de seguro, le resultaron incómodos en este punto de su trayecto y decidió abandonarlos.  Comencé a conjeturar cómo había continuado su caminata descalza, liberada de este par de torturantes “amoldadores” de pisadas, que por su aspecto prometían altura, sensualidad, miradas de admiración y belleza. La imaginé quitándoselos, moviendo los pies con el placer de la liberación, estirando y contrayendo los dedos, gozosamente.  Los dejó ordenados, para indicar que ella misma se los quitó; la concebí aliviada, caminando libre, sin dolor, con las pantorrillas y la columna vertebral relajadas, los pies agradecidos recibiendo la energía de la tierra.  La dueña no pensó ni siquiera en recogerlos para  llevarlos consigo, no le importó el precio que quizás pagó por ellos, simplemente, los dejó.

Muchas veces, en la vida, vamos calzando zapatos incómodos, manifestados en situaciones complicadas, relaciones negativas, trabajos insufribles, compromisos impuestos, ideas dolorosas, conceptos que nos definen en contra de nuestra voluntad, herencias fatigantes, en fin, la lista puede ser muy extensa. Posiblemente, ni siquiera han sido nuestras decisiones las que nos han llevado a las circunstancias que nos quitan la paz.  Pero tal vez, como la protagonista, que siguió su camino descalza, es cuestión de detenerse; analizar si existe una salida y liberarse del martirio; abandonar, drásticamente,  lo que nos está molestando, sin que nos importe el costo.  La libertad es una posesión muy valiosa, y si bien es cierto que la libertad absoluta es una ilusión, las leyes de la Física así nos lo demuestran, sí podemos, al menos, intentar optar por elegir mejores escenarios en los cuales lograr desarrollar, más positivamente, nuestro efímero y prestado existir terrenal.

 

 

 

 

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4 Comentarios sobre “Zapatos incómodos

  1. Una lectura de muy fácil comprensión donde el narrador en primera persona coloca un elemento muy simple, un par de zapatos, en el centro de la narración.
    Las conjeturas que se hacen son propias de alguien que podría realizarlas a cualquier objeto símil al descrito aquí.
    Lo enigmático resulta del por qué de esta toma de decisión y que equivale a lo que hace el común de las personas cuando alguien hace algo parecido y las opiniones emergen por doquier
    Lo cierto, que es un escrito con la magia y la atracción propia que le pone Alejandra a sus variadas creaciones.
    En lo personal, resulta gratificante su lectura porque siempre deja al lector pensando dubitativamente la importante existencia de los elementos que nos rodean y a los cuales permanentemente obviamos saber que existen.

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