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El problema en chile no es ser de Izquierda o de Derecha -o incluso ser anarquista- sino es de orden afectivo:   No nos queremos simplemente.   Es decir, nos queremos a nosotros mismos, pero no a los demás, en especial cuando nos resultan molestos.   Para nosotros (y los que piensan y sienten como nosotros) son todos los derechos y todos los beneficios, pero no reconocemos que cumplir con las obligaciones significa validar el derecho del resto de quienes comparten la misma sociedad a tener lo mismo.

Esencialmente individualistas, materialistas y egoístas, hemos ido conformando un escenario en el que la discusión constitucional que vivimos en la actualidad se limita a imponer nuestras visiones e idealmente derrotar las de los otros, a los que vemos como adversarios, y por muy válidas que sean sus opiniones, caemos en una negación absoluta, cómoda, sin fundamentación ni argumentación sino porque emocionalmente negamos a los otros, posiblemente para reafirmarnos a nosotros en nuestras creencias.

En rigor, no atravesamos por un problema político sino por uno emocional y psicológico que se expresa de manera política.   Reclamamos colores en un país que hemos construido en blanco y negro.

El lamentable episodio del carabinero empujando a un manifestante de 16 años por un puente sobre el río Mapocho, desde una altura estimada de siete metros, es un ejemplo de eso, en particular si se observan muchas de las reacciones al respecto.

Para algunos, la responsabilidad del policía es innegable y el mejor castigo sería ahorcarlo de uno de los faroles del mismo puente; para otros la culpa es del adolescente que no debió estar en ese lugar y mucho menos protestando si ya estamos a días de un plebiscito convocado precisamente para resolver las diferencias entre los chilenos.

Ni lo uno ni lo otro.   Aprovechamos este caso particular para descargar nuestras frustraciones y nuestros deseos.   Por un lado, quienes desean el espacio de libertad que sienten que se les ha negado, y por el otro los que creen que hay quienes abusan de la libertad de la que disfrutan.   La esencia es la misma de siempre:  La controversia entre quienes aspiran a tener las menos reglas posibles y quienes quieren regularlo todo.

No dejar de ser curioso que una acusación habitual sea que la contraparte pretenda tener lo que el otro sector desea, todo lo cual refleja que no somos hábiles en la tarea de escucharnos, y si no nos escuchamos menos nos comprendemos ni podremos llegar al respeto y el reconocimiento mutuo.   A buen entendedor…

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