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El ideal de individuo que vive en radical independencia es una ilusión de la cultura del individualismo, una cultura promovida por el capitalismo. Nadie puede sobrevivir sin la ayuda de los demás. Todos somos interdependientes, debemos ayudarnos unos a otros, y esa noción es extensible a nuestro propio planeta“.

Este párrafo corresponde a una de las respuestas ofrecidas por Judith Butler en la entrevista realizada por el diario El País. La filósofa norteamericana es una de las abanderadas de la teoría queer, un conjunto de ideas que defiende que los géneros y las identidades y las orientaciones sexuales no están esencialmente inscritos en la naturaleza biológica humana, sino que son el resultado de una construcción social que varía en cada entorno cultural.

Suena contradictorio que la traducción al castellano del término inglés “queer” sea “raro”, porque no debería ser raro que respetásemos las tendencias sexuales de las personas, una decisión individual que no atenta contra principio colectivo alguno. Lo realmente raro es que ante el grado de deterioro de nuestro ecosistema de convivencia no seamos capaces de abandonar el feroz egoísmo que alimenta las posiciones individualistas y abracemos un clima de cooperación que nos permita afrontar con esperanza las desafíos de la Humanidad, especialmente aquellos que ponen en duda nuestra propia humanidad.

Cuanto más autosuficiente se siente el ser humano más autodestructivo se manifiesta. Donald Trump, ya sea verdad o mera impostura política, es una adalid de los comportamientos que pretenden la negación de los principios que rigen la convivencia social. Lo raro es que haya alcanzado la presidencia de los Estados Unidos, la economía y el ejército más grandes de la Tierra.

Cuanto más inteligente es una persona más consciente es de la limitación de sus conocimientos. Lo raro es que creamos a individuos que no alcanzan a ver las fronteras de su ignorancia y transmiten a los demás una seguridad que no está basada en la fuerza de sus convicciones, sino en el tamaño de sus opiniones.

Cuanto mayor es el daño que infringimos al Planeta menor es el grado de acuerdo entre los países para frenar el cambio climático. Lo raro es que la Cumbre del Clima más larga de la historia (y la más extraña, ya que tuvo como anfitriones a dos países, Chile y España) terminase con una débil apelación a una “mayor ambición”. El propio secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, expresó su decepción por los resultados de la COP25 a través de su cuenta de Twitter: “La comunidad internacional perdió una oportunidad importante para mostrar una mayor ambición en mitigación, adaptación y financiamiento para enfrentar la crisis climática“.

Lo raro es que no nos demos cuenta de que es imperioso recuperar la armonía con nosotros mismos y con el planeta que habitamos. O tal vez sí nos demos cuenta y la voracidad de nuestro egoísmo no nos deje depender de la interdependencia. El individualismo no tiene cabida en un mundo habitado por 7.000 millones de personas, de las que 2.000 millones se encuentran en el territorio de la inseguridad alimentaria y 820 millones pasan hambre todos los días. Sí, millones, aunque suene “raro”.

Lo realmente raro es que haya tenido que venir una nueva pandemia a recordarnos cuán contagiosa es la vulnerabilidad del individuo y cuán necesaria es la gestión de las conductas colectivas.

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