
En la Costa Central de Chile, durante la Semana Mirasolina es frecuente encontrar a Gloria Marín y a su esposo Adolfo Henríquez, explicando viejas fotos de campos, lagunas, cipreses y casonas habitadas por personajes de novela. Nada raro, pues ella es la nieta de Manuel Marín Azócar, antiguo vecino y gestor del nombre oficial de la Playa Mirasol. El acto se consignó en un documento fechado el 18 de enero de 1931. En aquel tiempo, tanto Algarrobo como Mirasol pertenecían a la comuna de Casablanca. Manuel Marín en su rol de juez de San José, se preocupó por todos los detalles legales. Así, incluyó las firmas de los padrinos de bautizo: Manuel Marín Aranda y Elsa Marín Zúñiga. Indicó también el mandato del presidente Carlos Ibáñez del Campo, más otras rúbricas de vecinos asistentes a la ceremonia. No solo fue un hito social, sino que impulsó hacia el turismo a este sector que abastecía de verduras, madera, pescado y ganado al emergente balneario de Algarrobo. Tiempo después del bautizo, Manuel Marín donó a la Municipalidad el terreno llamado “La Puntilla”, un promontorio sobre los acantilados que otorgaba la sensación de volar mar adentro. Era un lugar público, favorito para ver la puesta de sol y acceder (por sus laderas) a la playa grande, la del pirata y la ducha. Por lo mismo, Manuel Marín construyó la primera escalera oficial de acceso. Lamentablemente, La Puntilla y la escalera fueron vendidas a la familia Vicherat durante la década de los 80’s. Oscura transacción realizada por la alcaldesa Alicia Monckeberg Barros y que fue disputada (sin éxito) por los habitantes de Mirasol.

Recuerdos de infancia
Gloria conserva en su memoria la casona de sus abuelos (hoy demolida), que ocupaba los espacios del terreno colindante al actual supermercado Mirasol y a la ex panadería Hanga Roa. Era de arquitectura austera, tradicional, con cuatro patios interiores. En el tercero, se erguía un enorme pino ciprés. Gloria, de cuatro años, recorría en triciclo las galerías decoradas con maceteros floridos, jugaba bajo los árboles frutales, molestaba a las gallinas y observaba a su tía Blanca Olga plantar azucenas rosadas, que daban una atmósfera etérea al jardín. Era 1950 y le llamaba la atención la figura de su abuelo Manuel. La niña lo veía anciano, sentado al sol, sanando sus piernas enfermas y contemplando sus dominios. Gloria recuerda: “El clan de los Marín era enorme, ya que mi abuelo se casó cuatro veces. Llegaban parientes y vecinos a los almuerzos domingueros o a celebrar su Santo (no le gustaba cumplir años). Venían los Catalán, cuyos herederos abrieron el Supermercado El Cholito (bajada San José). También Carlos Iturriaga, propietario del predio Palo Alto, en el Camino del Medio. Se armaban fiestas con guitarreo, carreras de caballo a la chilena, juegos de pelota, volantines, asados, empanadas, pasteles, mucho canto y comida”. En ese tiempo, numerosos Marín vivían en Santiago, Valparaíso, Casablanca, Viña del Mar y San Antonio. Sin embargo, todos seguían anclados a Mirasol-Algarrobo. El abuelo simbolizaba las raíces. Un hombre nacido en 1875, testigo de un mundo costero-rural que iría disolviéndose en la modernidad.

Naturaleza y trabajo duro
El paisaje que rodeaba al pequeño Manuel evocaba costumbres coloniales. La presencia de conventos, monasterios e iglesias delimitaba las comunas con el nombre de “Curatos”. Obviamente, este mapa territorial era muy diferente al actual y convertía a Casablanca en el eje cultural, religioso y comercial que unía el puerto de Valparaíso y Santiago, la capital. La necesidad de atravesar la cordillera de la costa en precarios vehículos de tracción animal, otorgaba a la zona cierto aislamiento e identidad. Eloy Marín, descendiente de una familia llegada a los campos de Mirasol en los inicios de la Independencia, se casó en Casablanca con Andrea Azócar. Junto a ella, se dedicó a la agricultura y a sus hijos.
A Manuel le gustaba aprender. Así, después de finalizar su educación básica en El Yeco, siguió las preparatorias en Algarrobo, pueblo que estaba dejando de ser un puerto destinado a la exportación de trigo a Perú y California, para convertirse en un balneario de vacaciones. Gran parte de los terrenos pertenecían a la familia Alessandri. Así, a fines de los años 30’s, Carlos Alessandri Altamirano, diputado regional y primer alcalde de Algarrobo, construiría una mansión de piedra rosada y aires provenzales. Otros destacados políticos imitarían su ejemplo, edificando casas de piedra y tejas coloniales. Después, llegarían los empresarios italianos y españoles.
Paralelo a dicho despegue inmobiliario y cuando el puerto local cerró, Manuel Marín vendió su trigo a los molinos de Casablanca y Valparaíso. Manifestó su liderazgo, gestionando la modernización del Camino Real o ruta de don Ambrosio O’Higgins (hoy, carretera 68), hecho que facilitó el acceso a las áreas rurales. Desde esa época, fue conocido por su manía de cargar bajo el brazo un ejemplar del Código Civil. ¡Le gustaba hacer las cosas bien!.
Será en la hacienda Orozco, frente al santuario de Lo Vásquez, donde Manuel quedará prendado de la joven María Andrea Zúñiga Arriola, con quien se casó el 10 de mayo de 1898.

Terremoto de 1906
El matrimonio tuvo seis hijos: Elvira, Florencio (padre de Gloria Marín), Eliodoro, Lidia Rebeca, Elsa y Germán. Poco antes del nacimiento del menor, ocurrió el devastador terremoto de 1906 que derribó gran parte de Valparaíso. Comenta Gloria que su abuelo se llevó a toda la familia en carretas bien provistas de comida, agua y mantas, hacia el terreno del frente, que entonces era un bosque de flora y fauna nativa, además de una hermosa laguna. La propiedad pertenecía a su hermana Claudina. En el futuro, ella vendería una parte a la comunidad hebrea de Santiago, la cual construiría el complejo de veraneo, Villa Macabi. El paisaje natural se perdió en los 90’s, con la construcción del condominio Altos de Mirasol (conocido como “los edificios de colores”) . Actualmente, solo perduran en el borde del camino Algarrobo-Mirasol, los centenarios eucaliptos plantados por Manuel Marín.

Otra vez viudo
En 1909 falleció Andrea, la que fue sepultada en el cementerio de San José. La suegra de la difunta se hizo cargo de los nietos, mientras Manuel contraía nuevas nupcias con Blanca Rosa Rojas. La ceremonia se realizó el 18 de octubre de 1909, en el oratorio de Llampaico, un fundo situado en Casablanca. Se trató de un evento discreto, acorde al duelo del viudo. Para entonces, la prosperidad acompañaba a los Marin Azócar. Eran dueños de ganado y grandes extensiones agrícolas. Tristemente, su nueva compañera falleció en 1910, al dar a luz a Blanca Olga. Esta tragedia generó una sólida amistad con el matrimonio alemán formado por Alfredo y Teresita Strange, dueños del fundo Tunquén. Ellos aceptaron ser padrinos de Blanca Olga y la criaron junto a sus hijos hasta que el patriarca se consolidó con su siguiente esposa, Berta Benítez Ramírez, una santiaguina que residía en Ñuñoa. La boda se efectuó en la Iglesia Lagunillas de Casablanca, el 01 de abril de 1911. La pareja tuvo dos niños: Laura y Sergio Marin Benítez. Este último, falleció en septiembre del 2020, a los 93 años.
Durante su madurez, Manuel amplió y mejoró la casa familiar, diseñó canchas de carreras de caballos (entre las calles Arturo Prat y avenida Mirasol) y habilitó el Hotel Mirasol, primera opción de alojamiento en aquel sector famoso por sus acantilados y vistas al océano. El estilo patronal y el menú chileno, donde reinaban los frutos del mar traídos por los pescadores de El Yeco, acrecentó su fama. Después de veintisiete años, Manuel perdió a su esposa. Así, en 1938 se casó con su cuñada, Laura Benítez Ramírez.

Vida rural y familiar
Cuando Gloria tenía cinco años, sus padres Florencio Marín Zúñiga y Marina Prieto Calvo, dejaron Santiago para vivir un tiempo en la casona de Mirasol. El abuelo había fallecido en 1952 y necesitaban poner en orden el hotel, almacén y propiedades. Gloria recuerda a sus tías Blanca Olga y a Laura Benítez (la viuda de Manuel su “abuela postiza”), deambulando y administrando todo con gran prolijidad. También evoca las visitas de sus tíos Sergio y Eliodoro (Lolo) Marín. Este último, junto a su esposa Hortensia Rojas construyeron también su casa en Mirasol. Las tías abuela Zoraida, Amanda y la mencionada Hortensia (hijas de Claudina), vivían también en el pueblo. Su constante presencia daba un aire de Gabriel García Márquez a la casa. Cabe indicar que el patriarca donó varios terrenos: La Puntilla, predios a los Padres Redentoristas de Valparaíso, a la parroquia de Casablanca, a Carabineros y la actual Plaza o Rotonda de La Virgen. Como anécdota, Gloria relata que en algún momento, su abuelo tuvo la idea de parcelar y pavimentar Mirasol. Para este proyecto se asoció con el arquitecto Carlos Heimpell, un santiaguino deseoso de invertir la zona. Bajo este principio, fueron cedidos al municipio de Algarrobo varias hectáreas para las nuevas vías. Las parcelaciones resultaron, no así el prometido pavimento. Esta falla burocrática permitió que durante décadas, Mirasol conservara su encanto rural. Hoy, una calle con el nombre Manuel Marín (límites de su casa habitación), el tercer patio con habitaciones deterioradas del ex Hotel Mirasol y la plaza de La Virgen (plena de azucenas rosadas), son el único testimonio urbano que recuerda a este pionero, clásico habitante del campo-mar.

Que hermosa historia de tezon y amor por un lugar, para cimentar en este lugar maravilloso
una familia que haría historia ,para tantas generaciones venideras.
Ojalá nunca se hubiera cerrado esa calle en el que ibamos obligadamente a ver las puestas de sol y los psrapentes.
Un hermoso relato que evoca épocas pasadas, historias de esfuerzo y dedicación a la tierra. Una localidad tan bella, aun conserva su estilo natural entre campo y playa. Esperemos que siempre se proteja sus humedales, que sigan los vecinos cuidando la linda plaza de Mirasol y que Gloria Marin y su esposo continúe entregando con cariño sus recuerdos..
Excelente relato que nos permite llegar a los inicios de nuestro querido Mirasol!recuerdo la gran batalla para recuperar La Puntilla, duro como 10 años , con orden de no innovar y así construían en la noche la Villa Vicherat. Era muy hermoso y se venía de todo el litoral a mirar la puesta de Sol. La Asiciacion de vecinos dio la batalla contra la venta y construcción. Pero primaron otros intereses!