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Un joven llega corriendo, los ojos abiertos como lunas, la respiración entrecortada, gritos, saltos, manos que agitan el cielo. Todos interrumpen las actividades que desarrollaban a la entrada de la gran caverna. Por las mímicas y sonidos entienden que hay un tigre en las cercanías.
Nadie más lo ha visto ni oído, pero los gestos del muchacho crean el tigre en sus mentes. El temor se dibuja en sus rostros como si la fiera caminara entre ellos. Habría que desplazarse con cuidado durante las próximas jornadas. Vivir alertas. Nadie se aventuraría solo lejos de la cueva.
El joven que vio o creyó ver la fiera, trajo el miedo a la tribu, trajo un tigre al territorio que hasta hace unos instantes habitaban en calma. La fiera no pertenecía a su percepción, ni a su espacio inmediato pero había pasado a formar parte determinante de su mundo y de la manera de vivirlo.
Las noches siguientes, mujeres, ancianos y niños durmieron en la cueva. Los hombres un poco más afuera cuidando el fuego. Solo veían algunos metros más allá del crepitar de las fogatas. Cada cierto tiempo la oscuridad era rota por el aullido de algún mamífero o el chillido de un ave. La imaginación llenaba el silencio y la penumbra.
Aunque no hubiese palabras, la mente ya había iniciado la construcción de un mundo fuera del cuerpo, fuera del presente, fuera del aquí y ahora…

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2 Comentarios sobre “La primera separación

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