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“El drama del gallinero es que las gallinas saben que serán sacrificadas, pero no hacen nada por evitarlo”.

A partir de esta y otras citas igualmente descarnadas, el director Ramin Barahni se rebela contra la condena a la servidumbre impuesta a la inmensa y nutrida mayoría de las personas que nacen en la India. En su película Tigre blanco relata la historia de Balram Halwai, un emprendedor de éxito que no sólo logra huir de la pobreza, sino también de los prejuicios que dictaminan la vida de muchos indios. Sin embargo, para llegar a la cima no puede escapar de los mecanismos que corrompen la moral, porque piensa que “los hombres que nacen en la luz, como mi señor, tienen la opción de ser buenos; los hombre que nacemos en el gallinero no tenemos esa opción”.

El protagonista del filme, Balram, se comporta como un tigre blanco, un felino que nace cada varias generaciones al heredar dos copias del gen recesivo para la coloración pálida. Se trata de un animal en peligro de extinción; de hecho, en el mundo apenas quedan 300 ejemplares, la mayoría de los cuales viven en cautividad. Sin embargo, los otros tigres blancos, los de naturaleza humana, están despertándose y expandiéndose con gran rapidez por todo el mundo. Y tienen hambre de progreso.

Los tigres blancos encuentran abundante alimento en un cultivo que florece en todas las geografías, especialmente en las economías emergentes: la desigualdad. Naciones Unidas señala en su Informe social del mundo 2020 que la desigualdad ha alcanzado máximos históricos desde 1990. Más de dos tercios de la población mundial viven en países donde la inequidad está creciendo. De acuerdo con el informe del departamento de Asuntos Económicos y Sociales, las sociedades que son muy desiguales son menos efectivas a la hora de reducir la pobreza, crecen más despacio y cierran la puerta al avance social y económico.

La pandemia producida por el coronavirus SARS-CoV 2 está acentuando la diferencia entre los que más tienen y los que menos. Un informe del Banco Mundial prevé que la pobreza extrema mundial haya aumentado por primera vez en más de 20 años en 2020 “como resultado de las perturbaciones ocasionadas por la pandemia de la COVID-19 y agravadas por las fuerzas de los conflictos y el cambio climático, que ya estaban desacelerando los avances en la reducción de la pobreza”.

El inconformismo y la desesperanza explican la mayoría de los estallidos sociales a los que estamos asistiendo. Un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI) pronostica que estos movimientos se recrudecerán en los dos años posteriores a la pandemia: “Los resultados de nuestro estudio indican que la desigualdad elevada está relacionada con más estallidos sociales (…) y el malestar social será mayor cuanto más elevada la desigualdad de renta al inicio”.

El filósofo estadounidense Richard J. Bernstein abundaba recientemente en esta idea en una entrevista concedida al diario El PaísEn mi opinión, la forma en la que está organizado el sistema capitalista internacional financiero fuerza este tipo de violencia sistémica. No existe la idea de una responsabilidad respecto a la pobreza”. Bernstein lamenta que “incluso en el lenguaje hemos perdido esa noción del bien común”.

El sistema capitalista (de momento, no hay otro) tiene que crear las condiciones para que los tigres blancos no piensen en devorar a sus cuidadores, a quienes ven más como carceleros que como proveedores de alimentos. A diferencia de la gran mayoría de los tigres blancos, que tienen pocas posibilidades de huir de sus jaulas, en el mundo humano las ganas de escapar de la pobreza son imposibles de contener cuando al lado del gallinero florecen resorts de lujo.

 

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