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Las personas estamos formadas por tres capas. Algunas parecen tener mil, pero no dejan de ser pliegues de las principales.

La primera capa es la externa, la más visible, la piel que nos recubre y que lleva a muchos otros a prejuzgarte por su color, tonalidad o textura. Es lo que parecemos. Esta capa aparece hipertrofiada en las redes sociales, donde el postureo resulta mucho más cómodo que el pensamiento crítico. El mundo digital ha hecho que esta capa sea vista más veces a través de la luz proyectada que de la reflejada, lo cual provoca que los ojos se cansen antes y tiendan a la dispersión. En un entorno caracterizado por la superficialidad y la inmediatez, esta primera piel está sobrevalorada. Pudiéramos llegar a pensar que parecer se ha vuelto más importante que ser. La epidermis se mezcla con la grasa y da al tocino un aspecto comestible, pero sigue siendo piel y grasa.

La segunda capa es la interior, la que anida en lo más profundo de nuestro ser, allí donde se cuecen a fuego lento los principios éticos y los valores que dan cobertura moral a nuestra vida. Es lo simbiosis entre lo que somos y lo que nos gustaría ser. Es un estrato que puede proporcionar mucha paz o mucha incomodidad porque es el juez de nuestras acciones. En ocasiones resulta duro enfrentarte a tus principios, sobre todo cuando tienes que tomar decisiones que no lucen bien en la primera capa. Por ejemplo, decir que no.

Y la tercera capa es la que se forma entre lo que somos y lo que parecemos, es decir, lo que hacemos. Son básicamente nuestras conductas quienes definen realmente lo que somos. Los comportamientos que adoptamos -y exhibimos en mayor o menor medida- expresan la coherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos. De hecho, las personas con substancia son aquellas que se enfocan en alimentar esta segunda veta.

Cuando comunicamos trabajamos para las tres capas. Lo que decimos es la expresión de lo que somos, de lo que hacemos, de lo que aportamos y también de lo que aparentamos.  No obstante, deberíamos pensar cuál de ellas guía realmente nuestras palabras, porque a la postre será ésta la que reciba el principal beneficio o perjuicio. Si nuestras palabras son bonitas pero vacuas, estaremos alimentando exclusivamente a la primera capa. Si nuestras alocuciones responden y se relacionan con nuestros hechos, la capa intermedia recibirá el rendimiento. Y si nuestros pensamientos hablados o escritos se refieren a nuestras acciones y manan de nuestros principios, entonces estaremos alimentando a la capa con mayor carga reputacional.

Cada persona tiene la oportunidad de decidir con qué capa quiere vestirse mientras pasea por este mundo y con cuál de ellas quiere ser recordada.

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3 Comentarios sobre “Las tres capas de la persona

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