Compartir

Hay privilegios que la vida te regala y que no se valoran lo suficientemente, hasta cuando los perdemos, inexorablemente.

Unos de mis mayores privilegios fue haber conocido y trabajado con María Ester Feres Nazarala.

Ella fue una mujer excepcional, de una inteligencia prodigiosa y clara, pero también de una humanidad infinita y generosa. Tenía el carácter fuerte, pero a la vez lo unía a una sensibilidad que la hacía estar atenta a las angustias y dificultades de los más débiles. No tengo ninguna duda que jamás atropello en su dignidad a un pobre y que a los poderosos los enfrentaba con firmeza, pero siempre con respeto.

Con una voz ronca y profunda, una elocuencia casi profética, no pasaba desapercibida cuando realiza intervenciones, participaba en ponencias o le correspondía responder entrevistas. Siempre atenta, exponía con una sencillez que solo logran alcanzar las personas de una sabiduría excepcional.

No fue servil ni se doblegó ante nadie. Honesta en el amplio sentido de la palabra, supo conjugar una vida austera, con una acción académica, profesional y política de amplia envergadura.

De su profundo catolicismo surgió una natural preocupación por los temas sociales, ello la motivó a militar desde muy joven en diversos partidos políticos hasta llegar finalmente al socialismo, donde vio encarnado con más fuerza y nitidez sus anhelos de justicia social.

Serenense de nacimiento, tuvo una infancia plena, con profundas amistades, vivió en una casa en calle Prat (ahora ocupada, curiosamente, por una dependencia de la Inspección del Trabajo de La Serena), la cual visitamos con ocasión de una actividad en la cercana Intendencia, y para nuestra sorpresa encontramos justo a la salida de la misma a una antigua conocida, que la recordaba con afecto. Impresionaba que donde fuera, siempre, era la misma reacción. En esa misma oportunidad, en el Aeropuerto de La Serena, se encontró con un dirigente empresarial y también fue, inmediatamente motivo para una reunión, cordial y franca, sobre temas laborales.

Padeció el exilio, la prematura muerte de su hija, ser desplazada del cargo de Directora del Trabajo por autoridades del partido en que militaba por fidelidad a los principios que profesaba y respeto a los funcionarios que dirigía, pero nunca perdió la fe profunda en la redención humana, en luchar por condiciones más justas para los trabajadores, en una sociedad donde los derechos de las personas fueran íntegramente respetados.

A mí me correspondió conocerla y acompañarla en su único cargo en la función pública, como Directora del Trabajo por una década, bajo varios ministros y dos Presidentes de la República. En todo ese periodo desplegó toda la inteligencia amplia y generosa que la caracterizaba y capacidad profesional y moral para refundar una institución fundamental para la paz y la justicia social y orientarla a la defensa y promoción de los derechos de los trabajadores. Desarrolló iniciativas innovadoras, como la creación de Centros de Conciliación y Mediación, instaló el concepto de ciudadanía laboral, abordó la temática de la defensa de los derechos fundamentales en el trabajo aún sin existencia de un marco jurídico, innovó en la gestión pública, creó la Encuesta Nacional Laboral (ENCLA), propició estudios sobre las condiciones del trabajo, las emergencias laborales y los nuevos fenómenos derivados de la globalización.

Desplazada del ámbito público, siguió trabajando desde el mundo de la academia y desde allí siguió influyendo y formando profesionales con sensibilidad social. Ella, junto a otros preclaros intelectuales, advirtieron, desde 2010 en adelante, de la profunda crisis social, política y económica que se estaba incubando en Chile, que se expresaba en las desigualdades crecientes, donde el trabajo se había desvalorizado y el rol tutelar del derecho se depreciaba progresivamente.

En días donde la muerte se ha vuelto algo cotidiano y ya casi nadie ve las personas tras las cifras de fallecidos, no podemos olvidar a María Ester Feres Nazarala, una mujer que marcó rumbos, que se entregó gratuitamente a las nobles causas de la defensa de los trabajadores, que fue fiel a sus convicciones, que no renunció a sus principios, pero, por sobre todo, que supo respetar a los hombres y mujeres, sin distinción de clases ni condiciones.

Termino este pequeño homenaje, citando lo que ella escribió el año 2017, que resume bien sus preocupaciones y motivaciones:

“El trabajo humano no solo es vital para la creación de riqueza, sino esencial para la dignificación de la persona, su inclusión social, la construcción de ciudadanía, el avanzar hacia sociedades más igualitarias en base a principios de solidaridad, en otros términos: construir sociedades democráticas que garanticen justicia social, participación y paz social real y duradera” (La realidad del trabajo en el Chile de hoy, mayo 2017, Residencia Bellarmino).

Que el testimonio de vida de María Ester Feres Nazarala siga estando presente en la construcción del país que ella soñó.

Compartir

Alguien comentó sobre “María Ester Feres Nazarala

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *