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                                       La bruja

 

Dicen que soy una bruja y lo repiten los que creen conocerme y los enemigos tanto y tan insistentemente que el rumor se ha extendido cono una ola hasta a veces hacer dudar a los que de verdad me conocen y mis amigos

Mas la verdad es que yo no soy bruja, sólo soy una exiliada que intenta dejar de serlo mil veces a través de sueños e imaginaciones.

El misterio que la gente parece ver y que dicen rodea a mi persona, es un rostro que no cambia, no envejece, no expresa nada, y que en septiembre empalidece hasta semejar la blancura del papel de arroz.

Unos ojos negros completamente donde mirando el fondo y con atención se ve el Palacio de la Moneda envuelto en llama, una cabellera azul celeste que como una boa se enrolla al cuello y el

poder de transformar en copihues a cempaxúchitl y buganvilias con únicamente rozar los pétalos o soplar al aire sus mil colores.

Yo escucho los rumores de los que creen conocerme y los enemigos, quienes con gran imaginación dicen que suelo volar por las noches, que mi cama es una gigantesca telaraña, y más de alguno, jura que tengo el poder de convertirme en gata persa, negra y grande como la noche, escurridiza, que deambula por las casas del vecindario, recorre tejados, se esconde huidiza de la luz del día y desaparece silenciosa entre las sombras.

Yo les dejo decir porque siento sus mentiras como un juego, pero la verdad es otra, que sólo la saben los que de verdad me conocen y mis amigos y es  que a veces, durante meses me quedo inmóvil, con los ojos fijos y  en una ensueño que se lleva el viento  montar en él y remontar vuelo, viajar sobre continentes, atravesar mares, planear bajito, tocar las copas de gigantescos árboles en selvas desconocidas,  subir muy alto, saludar a Dios, sonreír a mártires olvidados, atrapar una nube de algodón que lleva mi mismo rumbo (mi rumbo al sur), divisar desde la altura que se está cerca. más que aún falta, divisar por fin la cordillera, sentir el frío, y bajar  allá en Santiago, justo en la cima del San Cristóbal, hablarle al oído a la gigantesca  Virgen (como a una amiga muy recordada), entender el porqué de su gran altura y dejarse blanda acunar en sus brazos, mirando desde allí y con ojos viejos muchas cosas ahora nuevas,  acariciar el Mapocho con la mirada y otra vez y absurdamente hacer la consabida comparación con el Sena, saber mas no entender que no puede una quedarse… ¡Que aún existe peligro de muerte !… y nuevamente remontar vuelo en un viaje que demoró años y del que se vuelve violentamente y en un instante, con el rostro siempre igual, la mirada triste y el cabello azul celeste, más azul y celeste.

Creo que extraña a los que creen conocerme y a los enemigos que suelo dormir por un año, tranquila e ininterrumpidamente, con un gesto de placidez que se asemeja al de un infante,

lo que no sorprende en absoluto a los que de verdad me conocen y a los amigos pues a ellos alguna vez les he contado lo que significan y son esos sueños eternos.

Justamente, ayer desperté de uno de ellos, y como todavía mi memoria está fresca, puedo decir lo que pasó e hice, que no fue algo pecaminoso, sino vivir, saber, estar, sin barreras de espacio, de tiempo, ni de lugar.

Un año duró este sueño que creo que comenzó, cuando cerrando los ojos, me vi de nuevo en mi casa (aquella hoy tan lejana) para ser exacta abriendo la reja negra que da al antejardín y entrando a la casa, donde divisé muebles que no me pertenecían y en el rincón de la sala grande, el hueco pálido que dejó el piano.

Vi gente desconocida, y en la cocina no estaba la nana María sino una señora a la que pregunté por María, pero que ni me miró, por lo que salí a buscarla al jardín trasero, entrando luego a su pieza, que ahora era un cuarto viejo, polvoriento y con olor a humedad, convenciéndome finalmente que María ya no está más.

Cansada, quise recostarme en mi cama, pero mi cuarto ya no era mi cuarto, sino un estudio pequeño, con mis libreros blancos hoy pintados de negro y sin mis lecturas eternas (esas que un día quemé por rabia y cobardía de no poder llevarlas conmigo) había otros libros que no entendí, al parecer de geopolítica, estrategias y tácticas y cosas varias ininteligibles para cualquier lector sensible.

Los días pasaron sin gran deleite, intenté visitar vecinos, pero la mayoría no estaba ya, habían muerto. Y los niños del lugar eran hoy jóvenes insolentes que ni siquiera me contestaron cuando me les acerqué intentando un abrazo fraterno.

Tristeza me dio entender que yo ya era un ser ausente.

Todos habían cambiado, los tíos eran ahora unos ancianos que repetían letanías escuchadas miles de veces.

Los abuelos habían muerto y los vi pasearse en el Cementerio General, entre el frío de la madrugada cuando todavía era noche, conversando cosas de su juventud, ceremoniosa y pausadamente en actitud de profundo respeto, como si la muerte les hubiese dado, además del conocimiento eterno, gran señorío.

Como otras veces, en este viaje sucedió igual, nadie me vio, ni me escuchó, me sentí ajena a mi propio origen y lloré de tristeza.

Desperté cerca de la media noche, en la casa que de verdad vivía yo, con telarañas entre mis dedos.

 Dicen, fue el aroma profundo de las magnolias negras aquello que me despertó, flores fecundas y perfumadas, que por mi estado, habían entrado por las ventanas, se habían extendido sobre mi cama, cubierto el piso, metido entre mis piernas y llenado el cuarto con sus olores, para que de tanto sentirlas, yo despertara.

Las especulaciones que sobre mí han circulado los que creen conocerme y los enemigos llegan a tal extremo, que dicen y aseguran tengo pacto con el demonio, y como prueba justificante aseveran que no es posible a tanta distancia, siete mil kilómetros dibujan los mapas, pueda yo conocer hechos sobre mi tierra que mi siquiera saben los militantes clandestinos.

Mas para los que de verdad me conocen y mis amigos es una verdad reconocida que durante el tiempo de plenilunio, mis sentidos crecen hasta lo infinito, de mis oídos surge alabastro que de tan sutil lo mueve el viento, y el escucha voces lejanas que parecen venir de las poblaciones, de los cuarteles, y a veces otras que no quieren oír, como lamentos, como sollozos, que parten del fondo de los rincones, de lugares sucios, quizás mazmorras que lloran pena y desesperanza, que piden ayuda diciendo a gritos, que todo es mentira, que no están muerto ni desaparecidos, y que quieren vida y libertad.

Por esto y por muchas otras cosas que sólo las sé yo permanezco en silencio cuando comentan que soy una bruja y se inventan mil mentiras, algunas de ellas tan absurdas que la sensatez  me impide contarlas, y porque además sé que es difícil de entender para quienes no quieren entender, que sólo soy una exiliada que ha perdido… su aire de primavera, las estrellas de campo abierto, la lluvia que relampaguea entre truenos y vendavales, la luna amarillenta  pegada al cielo oscuro y su cordillera infinita pariendo día a día al gran sol de oro… y que los busca sin cesar, día y noche, en sueños e imaginaciones, a pesar de la distancia, el tiempo, el olvido y el comentario infame que hacen de mí los que creen conocerme y los enemigos.

 

 

                                       ( POEMA EN PROSA O NARRATIVA POETICA DEL EXILIO )

 

                                             

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