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Ilustración de Irene Velasco

«Ucrania somos todos» tal vez sea el eslogan que primero nos venga a la cabeza en estas horas oscuras que la agresión rusa (sería más correcto decir ‘putiniana’, dentro de la incorrección lingüística) ha traído a Europa y al mundo. Sin embargo, no sería cierto. Por mucho que seamos empáticos con el sufrimiento del pueblo ucraniano, no podemos sentir su mismo miedo, su misma angustia y su misma rabia ante la agresión del ejército ruso. Solo podemos imaginarlo.

Sin embargo, sí podemos decir que los ucranianos que resisten los embates del ejército y del gobierno rusos son todos nosotros porque representan la defensa de la democracia y la legalidad internacional frente a las dictaduras. Sí, dictaduras, aunque eufemísticamente nos refiramos a ellas como «autocracias» simplemente porque intentan legitimar su poder con elecciones que no cumplen los mínimos parámetros de libertad que exige una democracia.

En Ucrania se está dilucidando mucho más que una disputa territorial entre dos naciones soberanas, mucho más que un pulso entre Rusia y la OTAN, mucho más que una escaramuza entre potencias, mucho más que un reequilibrio entre Occidente y Oriente. En Ucrania se lucha por la libertad, la más relevante de las ideas que guían a la condición humana.

Tengo sentimientos encontrados respecto a la guerra en Ucrania. Por un lado, pienso que, dada la superioridad del ejército ruso, cuando antes venza en la contienda antes acabará el sufrimiento de los ucranianos, tanto sin son prooccidentales como prorrusos. Una guerra dilatada en el tiempo puede producir miles de víctimas mortales y millones de desplazados, la mayoría en el bando ucraniano.

Por otro lado, una victoria rápida de Rusia sembraría dudas sobre la capacidad de respuesta de las democracias, debilidad que bien podría utilizar China, por ejemplo, para recuperar Taiwán. Y supondría un coste asumible para Vladímir Putin en términos económicos y de vidas humanas. Sin embargo, si la resistencia ucraniana convirtiese al país en un nuevo Afganistán para Rusia, Putin vería frenadas sus ansias de expansión territorial, su sueño imperialista se vería cercenado no sólo por la vía de los hechos políticos y económicos, sino también militares, que son los que más dolerían en la vanidad de un exteniente coronel del KGB.

Mientras la guerra decide su suerte, las democracias del mundo tienen la obligación de ayudar a Ucrania. Polonia está marcando el camino con la asistencia humanitaria a los miles de refugiados que empiezan a cruzar su frontera. La Unión Europea tiene que actuar rápida y eficazmente para que los desplazados por la guerra tengan techo y alimento mientras conservan la esperanza de retornar a sus hogares.

Las represalias deben llevar los efectos de la guerra al interior de Rusia, de tal forma que sus nacionales se cuestionen los beneficios de ganar territorio en el exterior a costa de su bienestar y su bolsillo en el interior. Junto a las sanciones de índole económica ya aprobadas, son necesarias otras que logren que la población rusa vea y sienta la guerra.

En la zona alta, los oligarcas que soportan y financian a Putin deben sentir los efectos de las sanciones en sus patrimonios y en sus cómodas vidas. En un artículo publicado en El País, el Nóbel de Economía Paul Krugman, se pregunta hasta qué punto pueden ser efectivas estas sanciones y contesta: «La respuesta es que pueden serlo mucho si Occidente muestra la voluntad de asumir su propia corrupción y está dispuesto a hacerlo«. Seguro que el doble sacrificio merece la pena.

En la zona popular, nada haría más daño a Putin que imágenes de cadáveres de soldados rusos siendo repatriados. La censura lo evitará a toda costa. De hecho, el Roskomnadzor, el supervisor federal de los medios, es decir, el censor, ha prohibido que se utilice la palabra guerra para referirse a la invasión de Ucrania, una mera «operación especial» que está provocando, según la única información proporcionada por el Ministerio de Defensa ruso, que haya «lamentablemente compañeros muertos y heridos«.

La lucha por la verdad, la primera víctima de la guerra, forma parte de la lucha por la democracia y las libertades. La principal verdad en estos momentos es que los ciudadanos de Ucrania están combatiendo por sus libertades y por las nuestras. Hagamos lo posible porque nos sientan cerca y por detener una guerra que solo sirve a los anhelos de grandeza de un nostálgico de la Unión Soviética osado, cruel y muy soberbio.

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