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En marzo del 2022 (estirando el calendario de mi breve viaje a Chile) quedé en almorzar con las escritoras Cristina Wormull, Blanca del Río y Albina Sabater. La amistad de las dos primeras era fruto de la pandemia y la tecnología Zoom. Con Albina, nos unían lazos ochenteros, anudados entre los laberintos del antiguo y nuevo edificio de El Mercurio. Por diversos motivos, ella no pudo llegar al Da Noi, una trattoría situada en Sucre con avenida Italia. Agradecí que Cristina la hubiese propuesto. Inesperadamente, tuve que desplazarme a ese barrio tan significativo en mi historia personal y familiar.

Nos acomodamos en la terraza. Desde allí, podíamos observar los murales de las fachadas, los transeúntes, los camareros, las boutiques y los talleres de reparación de muebles. Pensé en cómo la suma de incontables actos cotidianos mantienen encendida la llama vital de un barrio. Pedimos pasta, vino y abundante agua. La conversación fluyó amena, sin prisas.  Poco a poco, bajo el rumor de las palabras, mi espíritu se expandió hacia otros tiempos paralelos vividos en aquella zona que me hacía evocar algo del porteño San Telmo. 

Trattoria Da Noi
En Santiago de Chile, el barrio Italia es un rincón bohemio.

La caminata…

Mi imaginación se escapó detrás de los vehículos que subían por Sucre hacia el oriente. Yo sabía que pocas cuadras más adelante, en la calle Luis Beltrand, se encontraba el edificio de cuatro pisos y veinticuatro departamentos que nos recibió a mi madre, mi hermana y yo  en 1975. Era lo único que ella pudo comprar cuando el dueño de la casa de calle Puyehue (Providencia) no quiso renovarle el arriendo. Había poco mercado habitacional. Mamá tuvo que pedir un préstamo. No tuvo problemas por trabajar en Codelco-Chile. El edificio era simple, sin glamour ni estacionamientos. Aunque pocos de los nuevos propietarios poseían vehículo, una de las primeras peleas del comité fue la votación para que el escaso terreno colindante se destinara a los autos y no a los jardines. Después de esa acalorada reunión, mi mamá fue elegida en forma vitalicia para los cargos de la directiva. Tenía experiencia en lidiar con gente conflictiva. La puerta del 21-C fue testigo de nuestra incipiente pubertad. Confieso que no estaba muy contenta por mudarme. Sacaba cuentas, ya nos habíamos cambiado de Lota a Saladillo y de las montañas a Santiago. Cada salida implicaba pérdidas, dejar atrás objetos, mascotas, juguetes, muebles y memorias. Los amigos y lugares favoritos podían diluirse como el azúcar en el agua. ¿Y si desaparecíamos? ¿O nos convertíamos en seres sin sustancia? ¿Sin nada que nos anclara a lo conocido, a lo que éramos?

A diferencia de mi hermana, presioné por ir al colegio el día de la mudanza. Fue triste salir de nuestra casa (yo la considerabas “nuestra”) y regresar al ajeno Luis Beltrand. Representaba todo un nuevo orden. Me gustó, eso sí, que las viviendas colindantes eran tipo campesino, de adobe, patios amplios y criaban gallinas (un gallo nos despertaba al amanecer). En alguna parte, alguien  tocaba un piano de verdad.

El edificio de Luis Beltrand, donde mi madre, hermana y yo llegamos vivir en 1975
El edificio de calle Luis Beltrand, donde mi madre, hermana y yo llegamos a vivir en 1975

Dulces quince

Yo tenía trece años y Ángeles, quince. Había celebrado su cumpleaños de febrero en la casa de Puyehue. Mi mamá le hizo una falda corta color mostaza, combinada con una polera a tono. Le regaló un anillo de metal con forma de mariposa y un long-play del grupo Chicago. Salimos las tres a encargar en un taller de calzado, unos zuecos altos, de verdad, para mi hermana. Mamá me hizo probar unas plataformas bajas, pero que simulaban un zueco de “niña grande”. Mi primo Salvador la llevó  a una discoteca en Vitacura. Esos fueron los quince años de la Ángeles.  En marzo entramos al colegio y luego, la mudanza. El edificio  no quedaba tan lejos. Se hallaba a unas diez cuadras y cruzaba la avenida Santa Isabel, el límite de la comuna de Ñuñoa. 

Detrás del número 21-C mi hermana y yo fuimos floreciendo, mientras mamá se fue marchitando en el humo del cigarrillo, los días dedicados al trabajo, los  asuntos domésticos y los fines de semana (nunca suficientes). Se animaba cultivando flores en el balcón. Desde sus tiempos de Lota, era capaz de trenzar mudos diálogos de agua y hojas podadas. Las plantas la esperaban. Reverdecían cuando ella regresaba de la Minera Andina. Mamá era capaz de sacar de su tozudez al arrogante Jazmín del Cabo, cuyas flores de cremoso perfume brotaban cuando se les daba la gana. Nosotras nos limitábamos a regar y a seguir sus instrucciones del manejo del hogar. Pese a la distancia,  nunca quiso perder el control de sus dominios. Mi hermana era la delegada para pagar las cuentas. Ninguna   podía intervenir en su cocina (solo calentar comida) ni perturbar a las plantas del balcón.

La última floración del Jazmín coincidió con su muerte. Una silenciosa madrugada, en enero de 1999,  Olga Cecilia Briones Magallanes abandonó en el cobijo de mis brazos, su cuerpo enfermo. Escuché su último aliento, un suspiro profundo. No tuve miedo. Supe que se estaba elevando a un lugar mejor. Días antes, había ampliado y enmarcado la última fotografía de mi padre. Esa noche, antes de irse a dormir, el retrato se cayó sin motivo cuando estábamos viendo la televisión. Nos miramos y reconocimos el anuncio. Durante un mes, el Jazmín la lloró con  sus mejores capullos de convento español. Luego, se secó en forma definitiva e irrevocable. 

Nueve años más tarde, en otra madrugada silente, un transfer me pasaría a buscar para llevarme al aeropuerto rumbo a Virginia, mi nuevo destino. 

En el barrio Italia, antes de almorzar, Cristina me regaló dos de sus libros. Un de ellos, “Navegante” contenía unos poemas sobre la viudez que me parecieron la voz oculta de mi mamá.  La evoqué con nuevos ojos ante su condición de viuda agridulce, simulando sonrisas, pintándonos una vida hermosa, clausurada al amor, cargando en sus espaldas el peso invisible de lo que fue y lo que pudo ser. Mi hermana y yo no pudimos descifrarla  en aquel 21-C de tres habitaciones y un baño (siempre peleado).  Este poema de Cristina, me quedó rondando como fantasma escapado del barrio Italia:

MUDANDO

Armarios vacíos

Objetos sin destino

Una y otra vez

tú en cada rincón.

Nosotras,

Destino nuevo sin ti,

Pero tú,

Otra vez corriendo por mis venas.

Hoy, ayer, anteayer

Mañana después

Con ojos turbios

Selecciono recuerdos.

Noche tras noche tu cuerpo,

Ligado a mis entrañas

Tus ojos fijos, mis pupilas

Tus manos me dan coraje, esperanza 

Y un sueño pequeño

Por sobre las ruinas del pasado

Que apenas se asoma.

Olga Briones Magallanes
Mi mamá, Olga Briones Magallanes.

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11 Comentarios sobre “El Barrio Italia y una Caminata Imaginaria

  1. Bonitos recuerdos de vuestra juventud y el barrio que fuera protagonista de esa etapa tan intensa, así como el sincero homenaje a tu querida mamá. Te felicito querida amiga.

  2. Querida Pili, como te lo he dicho en otras oportunidades me encanta como escribes logras que pueda transportarme y rescatar lo que interpretas en forma entretenida. Gracias por compartirnos esta maravilla

  3. Pily, como siempre , lo que escribes logra transportarme e ir viviéndolo junto a ti!me encanta!también me llevo a recordar los muchos diferentes lugares en los que viví , llorando cada cambio . Nunca tuve raíces , hasta cuando inicie la universidad!

  4. Pily, como siempre , lo que escribes logra transportarme e ir viviéndolo junto a ti!me encanta!también me llevo a recordar los muchos diferentes lugares en los que viví , llorando cada cambio . Nunca tuve raíces , hasta cuando inicie la universidad!

  5. Que lindo Pilar !!! Al leerlo viaje nuevamente a esos tiempos y traté de recordar cómo era el barrio Italia antes de que fuese el sector de moda que es ahora …. Yo tengo una propiedad en av Italia , cerca del Da Noi que mencionas , así que conozco muy bien el sector .
    Te mando un abrazo

    1. gracias Bárbara, es un barrio con encanto (todavía no destruido). Hay dos casas más que son importantes para mi allí, ya hablaré de ellas.

  6. Pilar: al leer tus cuentos, me parece verte cuando te conocí: siempre alegre, optimista y con esa virtud que tienes de que lo que cuentas , es siempre con el ánimo alto, a pesar de las circunstancias.
    ! Bienaventurados quienes poseen ese don!

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