Compartir

Me presento: soy un monje, mi nombre es Esoj, vivo en un monasterio situado cerca del todo y lejos de la nada; en él me siento cómodo, en total simplicidad y dueño de mi ser. Hace años decidí viajar hasta aquí, pero por algún motivo, olvidé la misión que debía realizar.  A pesar de este estado, algo amnésico, cada mañana inicio mi día, con la ilusión de vivir intensamente, manteniendo mi alma relajada, mi mente alerta y mi corazón en paz, dispuesto a cumplir la misión que, para esa jornada, me sea encomendada.

Lo primero que hago, cada día, al despertar, es acercarme a la Diosa de la vida, el agua, ella delicadamente, me baña, limpia mi cuerpo y refresca mi espíritu, preparándome para el trabajo. El agua, medicinalmente, corre por mi cuerpo, aseando, con sabiduría y suavidad, toda mi extensión.  Yo, simplemente, debo tener la voluntad de sumergirme en ella o bien ponerme bajo una regadera en la que fluya esta magia protectora y redentora de pesares que, mimando y acariciando con su sabia textura, purifica, limpia y renueva.  Por otro lado, está, el Dios Aire, insuflándome vida; en este caso ni siquiera debo poner la voluntad de acercarme a él, porque él está siempre presente, oxigenándome, dándome vida, desde el primer segundo en que arribé a este monasterio. El aire cuida de mí, oxigena mi sangre, me permite hablar, cantar, silbar imitando cantos de aves o recordando canciones. Gracias a él puedo comunicar a los demás mis ideas, contarles qué me alegra y qué me apena.  El aire, Padre amoroso, incansable y protector que, ecuménicamente, cuida y mantiene a todos los reinos, sin distinción.  Y, está ella, la Diosa madre Tierra que, en complicidad, con otras Deidades produce alimentos, frutas, hortalizas y ha preparado para mí una superficie en la que puedo caminar y habitar.  Me desplazo sobre ella mientras soporta mi peso y mis pasos y me da una base sobre la que puedo construir un refugio, un nido, un hogar para protegerme así de los avatares del cambiante clima, mientras cuatro estaciones me visitan durante el año. Con algunas aumenta el calor, en otras el frío todo lo invade, y en ese momento aparece otro Dios; el Dios Fuego.  Gracias a él consigo sobrevivir cuando el frío intenta atraparme.  El calor irradiado por el fuego, ya sea al aire libre en una fogata o atrapado dentro de una estufa protege mi cuerpo en invierno, entibiando el ambiente, secando la humedad de mi ropa, cocinando mis alimentos y para que esta magia se produzca yo únicamente debo acercarme y relacionarme con él, provisto de cautela, y el milagro se produce; de inmediato tengo comida caliente y un lugar temperado para mis huesos.

La vida en este monasterio fluye incansablemente.  Existen en él, mundos visibles e invisibles para mis ojos; eso lo sé y lo curioso es que los mundos invisibles sostienen a los visibles, eso lo tengo siempre presente en mi mente, porque yo, de igual forma, soy sostenido por una fuerza invisible a mis ojos, pero palpable en mi realidad.

Verdaderamente, estoy bien aquí, soy un ser mimado, ese es mi destino, pero para que este idílico territorio funcione, estos Dioses deben ser libres y no apresados, porque su génesis lo dicta así.  Hago este comentario, porque hace unos días tuve una terrible pesadilla; soñé que los Dioses, que tanto me cuidan, eran secuestrados. Y desde el momento en que se convertían en prisioneros, sus captores lucraban por tenerlos cautivos. Luego los habitantes de este santo monasterio, se veían obligados a convertirse en esclavos de un sistema extraño, que ubicaba a los seres por separado, en grupos y en grados. Estos podían acceder o no acceder, a la cercanía y protección de estos Dioses, a condición de tener suficiente dinero para poder pagar las sumas cobradas por su rescate.  Era algo escalofriante, Agua, Tierra, Fuego, Aire, prisioneros en manos de unos pocos habitantes del monasterio, y los demás afanados por conseguir dinero para poder pagar los rescates.

Cuando desperté, di las gracias; solamente había sido una pesadilla y comencé mi día, como de costumbre, siendo mimado por todos mis Dioses y feliz de estar viviendo en este monasterio. A todo esto, aún no les he dado el nombre; por si quieren venir a visitarme, el monasterio se llama Vida y está, como ya les había comentado, cerca del todo y lejos de la nada. Los espero, amo ser visitado. Aquí hay mucho espacio y comodidades suficientes para compartir, tanto es así que, si les gusta, se pueden quedar, incluso, a vivir conmigo. Nos vemos, cuando quieran, aquí estoy listo para recibirlos con los brazos muy abiertos. Hasta pronto y les dejo, por ahora, extendida la invitación, junto a mis mejores deseos de prosperidad, salud y alegría.

 

 

Compartir

2 Comentarios sobre “En el monasterio

  1. Gracias a la Vida, que me ha dado tanto, decía la Violeta acompañada de una guitarra, ahora tu te haces acompañar de una pluma y escribes algo muy bello y original. Muchas felicita ciones querida Amiga, así con mayúscula.

Responder a Maria Alejandra Vidal Bracho Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *