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Querido Tío Valentín:

Hoy soy un hombre de 55 años, escritor de oficio, que nació entre gallos y medianoche a mediados de la década del sesenta. Pero como todos, fui un niño de ojos mágicos y sueños, que se entremezclaban con el mundo a veces tan duro que nos ha tocado vivir.

Yo era del sur, nací en Villarrica y luego viví en Temuco, y en esos pueblos, (porque en esa época de la Unidad Popular, eran pueblos), llegaba un solo canal de televisión y más encima con señal diferida, TVN. El canal nacional, recién inaugurado en 1970. Recuerdo muy bien dos programas, a lo sumo tres: Buenas Tardes Mirella, con Mirella Latorre; Las Calles de San Francisco, que daban al atardecer y bueno, el más importante para alguien que solo tenía 6 años, Pin Pon.

Ver a un hombre tan cariñoso tocando el piano, junto a un muñeco que vivía en una cajita, (oh, y que a veces salía de ella) era una realidad maravillosa. Sobre todo para nosotros, niños de lugares lejanos, para los que nuestra cotidianidad era ver caer la lluvia desde el ventanal, chapotear en las pozas de agua, o pisar la escarcha como espejo plomo y craquelado que se formaba en las mañanas.

Tío, este texto es con toda sinceridad, aquella carta que por no tener la dirección, no pude mandarle desde mi pueblo húmedo a aquella ciudad tan lejana y mítica donde usted tocaba sus melodías. A propósito, durante un verano lo vi en Valparaíso, en el Parque Cultural. Estaba yo vendiendo libros, pues sabrá que un artista siempre debe pelearle a la vida, y usted pasó caminando al Anfiteatro.  Y en vez de saludarlo, resulta que me convertí de nuevo en un niño pudoroso. No me atreví a acercarme, ni menos darle el abrazo que le debía durante tantas décadas. Me quedé observándolo tímido, tal cual lo veía tocar el piano junto a Pin Pon. El que se lavaba la carita con agua y con jabón, y que nos enseñó que había que tener método, método, método. Bueno, hoy me baño más que en la infancia y soy más sistemático que en la juventud, y sepa que no fue en absoluto gracias a los uniformes grises que llegaron después, ni a las largas jornadas del colegio o de la Universidad. Fue gracias a un pianista bonachón y al niño de algodón, mis amigos, que me legaron la emoción palpitante de que siempre es posible aprender y crear nuevos mundos, con imaginación y en libertad, en plena y entera libertad.

Querido Valentín, vayan estas breves palabras como homenaje. Que usted más que un pianista, fue para nuestra generación, el tío con el que salíamos a recorrer de la mano las calles reales e imaginarias, descubriendo recodos en los sonidos, o inventando laberintos, nubes y pájaros, muchos pero muchos pájaros que volaban a nuestro alrededor. Y ojalá gane el Premio Nacional de Música, que al menos para mí, es muy pequeño comparado con todo lo que nos regaló con tanto amor. Porque, aunque suene un poco cursi, y aun cuando no soy creyente, usted no necesita reconocimientos, pues ya se ganó el alma de Chile y el cielo, ese cielo en la tierra por el que tantos y tantas luchamos desde hace siglos, y del cual usted fue, es y será siempre un delicado constructor.

Fesal Chain, Valparaíso, 2022.

 

 

 

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Alguien comentó sobre “Carta abierta al Tío Valentín

  1. Totalmente de acuerdo con tu agradecida carta. El Tío Valentín y aquel muñeco no solo nos entretuvo y nos subió a las alturas de la fantasía, si no que nos educó noblemente en la buena conversación, en la tolerancia y el respeto hacia los menores y los mayores.

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