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Fesal Chain

Mi primera experiencia impactante con la música, que me sacó de un orden externo y rutinario fue El vuelo del moscardón de Rimsky-Korsakov. Mi padre ponía las cintas en una reproductora UHER, diciéndome: fíjate, es un moscardón. Era 1972 y a mis seis años ver desde las flautas traversas al insecto y sus movimientos circulares alrededor de mi cara, fue la apertura a la imaginación desplegada. Esa misma que crea mundos propios, cerrados y que a mi padre le producía una contradicción vital. Me había educado en el ensueño sin saberlo y cada vez que yo lo ponía en movimiento me miraba contrariado. Habrá pensado: este niño se nos irá, para no volver.

Dos años después, en marzo de 1974 para ser preciso, en un colegio enorme y aún más para un niño de ocho, escapé de las salas por un camino de tierra y subí la precordillera de Santiago. Subí, subí, subí y llegué a una laguna entre los cerros donde mujeres y hombres jóvenes se bañaban y reían. “Miren al cabro chico” dijeron y entonces me saqué la ropa y me hundí con ellos en el agua como en un bautismo. Pasada la mañana al bajar, escuché en unas grandes bocinas Rapsodia Bohemia de Queen, quedándome parado en medio del desierto, rodeado de gravilla, carbón vegetal y raíces secas, tan sorprendido como cuando oía el moscardón en el lluvioso Temuco de antes del golpe. “Mama uh uh uh uuuhhh/didn’t mean to make you cry”. Y vi imágenes difuminadas de mi madre a través de los árboles, entre la brisa ardiente, mientras aquel polvo en el viento se me metía en los ojos.

Tres años más tarde, en 1977, caminando solo bajo el sol del verano en aquella villa militar ahogante de la ciudad amurallada, volví a escuchar una melodía que me recordó en su voz rasposa a Mammy Blue de los Pop Tops de principios de la década. Era I Put Spell on You por Creedence. Al acercarme a la ventana desde donde salían aullidos y guitarras, encontré una muchacha desnuda que bailaba mientras se arreglaba un cintillo de flores. Avergonzado giré sobre mi mismo, dándole la espalda, como si eso pudiese evitar que notara que la había estado mirando, sin embargo justo en el momento de mi giro, ella me sonrió como diciéndome: no te preocupes, te esperaba para que tus ojos me descubrieran.

En 1980, un poco antes de mi salida abrupta al entorno brutal del país bárbaro, iba en el auto con mi padre cuando sonó en la radio Los Momentos de Los Blops, entonces todos los sucesos cobraron sentido. Escuchar el “nos hablaron una vez cuando niños,/ cuando la vida se muestra entera,/ que el futuro, que cuando grandes…/y ahí murieron ya los momentos”, me hizo sentir que lo que vendría no sería más que la vida gastándose, escapando en temblores por mi cuerpo. Supe en aquel momento que ni el Moscardón, ni Mammy Blue, ni la Rapsodia, ni I put spell, que ni siquiera Los Momentos me pertenecían, que eran meros reflejos de otros tiempos y sueños, herencia ilusoria para mi desesperada marcha hacia el futuro.

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