“Me sorprende que casi dos de cada diez niños piensen que la Tierra es plana“. Pierre Lemaitre.
El escritor francés censura con esta afirmación la falta de profundidad de las nuevas generaciones, que “creen que se informan en las redes sociales, pero no se informan“, porque, a su jucio, “las redes sociales fabrican creencia, pero la creencia es lo contrario al conocimiento“. Y concluye: “creer no es saber“.
Desde La Ilustración el saber, la ciencia, ha marcado la pauta del desarrollo humano. Sin embargo, el ser humano no ha dejado de creer. Las creencias son principios que guían nuestras conductas y que a menudo otorgan a nuestras decisiones un sentido moral. Las creencias pueden ser sobrenaturales (la religión, por ejemplo), culturales o fruto de la experiencia. Realmente estas terceras emanan del aprendizaje, que es la fuente del saber.
En un artículo publicado en el blog “Diferencia entre”, Marisol López establece las siguientes disimilitudes entre ambos verbos:
- Creer significa que se ha elegido una verdad. Pero el saber significa que se está seguro de esa verdad.
- Creer siempre deja espacio para la duda pero el saber lleva a la confianza.
- Creer es una verdad ciega mientras que el saber es una verdad con conciencia.
En cualquier caso, necesitamos creer que el conocimiento nos conduce a un futuro mejor. La esperanza es la creencia cohesionadora y movilizadora de las sociedades. Por el contrario, la desesperanza acaba alimentado el descrédito.
Pero saber no es suficiente, necesitamos entender y entendernos, lo cual requiere no dejar que nuestros sesgos juzguen sumariamente todo lo que no encaja en nuestra forma de entender el mundo. Deberíamos someter nuestras opiniones a la metodología científica: “Toda proposición tiene que ser susceptible de ser refutada”. Hemos de escuchar más a los que piensan diferente para conocer mejor un mundo que es diverso, complejo y, sobre todo, necesita un diálogo permanente.
Creer no es saber, pero saber no es suficiente sin entender.