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Fesal Chain

Fue en 1972 o acaso en 1973, no lo recuerdo con certeza. Durante la noche me había quedado leyendo una historieta empastada con la vida de los santos, ahora sé que era la de San Lorenzo, pues recuerdo que en una viñeta un tipo ardía sobre la parrilla.

Al otro día muy temprano, mi madre me despertó para ponerme una camisa, un chaleco enorme, jeans muy duros y bototos. Partimos en un jeep desde la selva valdiviana a la Argentina. Esos días fueron extraños. La Pampa me atrapaba con su extensión, como si fuese el cielo tendido bajo mis pies.

Una tarde salí a recorrer el pueblo, me perdí. Los gauchos con sus aperos y los carneros dando vueltas. Un niño mudo que me invitaba a escucharlo, tocando el piano en la penumbra. Salí corriendo en busca de mi casa. El sol anaranjado dejaba largas sombras. Al final del camino un hombre como jamás había visto, vestido de negro y con la cabeza ladeada hacia las nubes, se afirmaba sobre un bastón de caoba.

Me miró sin verme, diciendo: “No hay dos cerros iguales, pero en cualquier lugar de la tierra la llanura es una y la misma”¹ y si continuás por ahí, vas a salir del pueblo para siempre. Da la vuelta, tu casa está en la dirección contraria. No era un gaucho, tampoco parecía del lugar. Estaba ahí como trasplantado, al igual que yo.

Corrí de nuevo, con su figura en mi retina, con la música del piano entre mis sienes. “El camino era desparejo. Empezó a caer la lluvia. A unos doscientos o trescientos metros vi la luz de la casa. Era baja y rectangular y cercada de árboles”.²

 

 

¹ Jorge Luis Borges, Utopía de un hombre que está cansado.

² Ibíd ¹.

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