Compartir

Justicia, sustantivo clamado e idealizado por todos; según su aplicación, siempre deja al menos dos bandos enfrentados, si es que no más.  Pero ¿existe realmente la justicia?, porque en el momento de decidir, cada uno defiende su verdad, su posición ante los hechos juzgados.  Es difícil pensar en la justicia, sin emplear filtros que terminan por hacernos temer que, quizás, es sólo una utopía.  Por ejemplo: ¿Es justo que nazca un ser desprovisto de todo lo necesario?, un ser que no ha pedido venir a este mundo.  ¿Es justa la vejez vivida en la indefensión? Incluso, desde el punto de vista biológico, ¿es justo llegar al grado de desconocer al anciano personaje, que se supone somos nosotros, reflejado en el espejo y que está carente de la fuerza física requerida para realizar las tareas de este mundo material? ¿Qué hicimos para merecer algo así?

Para qué hablar de los grupos opuestos en diversas lides; en estos casos, de acuerdo a los valores que enarbola cada uno, hasta los crímenes son considerados actos justicieros. Además, no podemos negar que, en algunas ocasiones, confundimos nuestros deseos de venganza con nuestro interés de conseguir que se haga justicia. En el reino animal, grupo al cual pertenecemos, sus integrantes luchan por comida y por aparearse, en forma algo más sofisticada, nosotros, hacemos lo mismo; pero sitiar a alguno de sus hermanos para someterlo a escrutinios y juicios aplicados por sus pares, no es una situación que hayamos visto se ejecute entre ellos. Existen hechos innegablemente repudiables, eso es verdad, porque los mayores depredadores de la Tierra somos los seres humanos y somos también los que cometemos los crímenes más atroces y muchas veces en nombre de la justicia.

¿Existirá alguna salida? Cuando Salomón intentó aplicar justicia, el amor habló. Él iba a partir al bebé en dos y darle una mitad a cada mujer, y ante esta amenaza, la madre decide perder, pero quiere a su hijo sano, entero y vivo, aunque sea lejos de ella.  Lamentablemente, la injusticia es parte de la vida, pero si tenemos presente que nuestras convicciones son sólo constructos humanos, podríamos llegar a permitir que fuera nuestro amor, el que decidiera en las diversas situaciones que nos toca resolver y no nuestro orgullo desbordado.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *