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Se ha hablado mucho del Nobel para Bob Dylan, pero hay una perspectiva que no se ha tomado en consideración que es la distancia entre el verdadero arte y la obra realizada para el consumo inmediato.   Nadie se atrevería seriamente a comparar a Dylan con Justin Bieber, por ejemplo, pero es lo que hacemos muchas veces cuando damos el valor de obra trascendente a hechos que están destinados a servir como hoja de periódico para envolver el pescado.

En política esa es una de las principales causas de su desprestigio: Carecemos de figuras como Dylan, que sean capaces de mantenerse valorados por medio siglo. Carecemos del sentido de la trascendencia.   Muchos candidatos preocupados de la foto en su cartel, y pocos o ningún estadista preocupado de todo el país.

Es comprensible ceder a esta tendencia cuando nos encontramos inmersos en una cultura de corto plazo.  De lo que se trata es de resolver las necesidades inmediatas, pero nadie tiene propuestas para el largo plazo porque parece no interesarle a nadie.   Puede no ser interesante pero es importante.

Cuando un país trata de progresar, tiene que tener una estrategia de desarrollo, y cuando no la tiene y comprueba que los recursos naturales se agotan, que la industria es repentinamente reemplazada por otra actividad, cuando los productores se dejan tentar con las modas, es señal clara que ha faltado un diseño de largo plazo.

Ejemplos sobran.   Así como sobran las demostraciones de líderes -no sólo políticos sino también culturales, sociales, en cada ámbito de la actividad humana- que no ven más allá de uno o dos días.   Todos sabemos que estamos exterminando los peces, que los bosques no brotan si no los plantamos, que la minería se agota, pero no hacemos nada.  Se trata de vivir el día a día, como el soberano francés que proclamaba “Después de mí, el diluvio”.  Pues bien el diluvio tomó la forma de la guillotina y de la revolución.

Lo que distingue a Dylan de otros y lo hace merecedor de las distinciones es la capacidad de reconocer su sociedad y de reflexionar sobre ella.    Fue hace 52 años que Dylan lo dijo, y aún es una advertencia vigente: “Venid gente, reuníos, / /dondequiera que estéis/y admitid que las aguas/han crecido a vuestro alrededor/y aceptad que pronto/estaréis calados hasta los huesos, /si creéis que estáis a tiempo/de salvaros/será mejor que comencéis a nadar/u os hundiréis como piedras/porque los tiempos están cambiando.”   Ya son muchos los avisos sobre los cambios de época, y negar este fenómeno es tan tiempo como rechazar la validez de un premio por trascender los formatos tradicionales de la literatura.

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