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En la novela “Cien años de Soledad”, Gabriel García Márquez describe una simbólica escena. Recién fundado Macondo, el Coronel Buendía y otros pioneros salen a explorar los alrededores. En una espesa selva hallan un galeón español. Los rayos de sol se filtran entre las hojas e iluminan las exóticas flores de las enredaderas que engalanan los restos. Sospechan que el mar debe estar muy cerca, pero después de andar varios kilómetros, acceden a una solitaria playa. Nace la leyenda de cómo el viejo barco pudo terminar en el corazón del bosque y llaman al lugar “zona encantada”. Cada cierto tiempo, algún grupo trae a los nuevos habitantes a conocer el extraño naufragio. Dicho evento, que da inicio a la centuria generacional de los Buendía, podría fecharse desde 1850 a 1950. Según se narra, la vegetación se va “aligerando” (a punta de machete) para formar un sendero hasta el océano. Mientras más se ensancha el camino, más ingresan carretas y mulas. La playa se transforma en caleta de pescadores y el galeón sufre las primeras depredaciones para “aprovechar lo rescatable”. Iniciado el siglo XX, las constantes incursiones madereras han acabado con la mayoría del bosque. Sin la protección de la humedad natural, el espinazo desnudo del barco es consumido por el fuego. Al finalizar la novela, Macondo ha crecido hasta alcanzar la orilla del mar. Ya nada queda de aquel rincón encantado ni nadie recuerda la leyenda del galeón. Esto se me vino a la mente ante la sobrecogedora noticia del Amazonas en llamas.

¿Progreso o depredación?

El transformar la naturaleza siempre ha sido parte del acontecer humano. Sin embargo, la cosmovisión de los pueblos nativos y la escasa población, fomentaba un balance mítico-mágico entre el eco-ambiente y la forma de vivir. Lentamente, las batallas tribales y las conquistas de los más poderosos, crearon comunidades más grandes y complejas. Es en la Ilustración europea, con el fomento de la razón científica y las exploraciones destinadas a conocer las maravillas de la “terra ignota”, cuando la lucha contra “las fuerzas de la barbarie” se aplauden y felicitan. El mero anhelo de conocer nunca fue el eje de estas inversiones. El comercio y la explotación de recursos (en especial metales, piedras preciosas y esclavos) eran el motor que impulsaba estas aventuras. El concepto de “progreso infinito”, más la urgencia de multiplicarse, crear tecnologías y construir zonas urbanas nunca fue cuestionado hasta mediados del siglo XX. Las chimeneas humeantes de las fábricas, la destrucción forestal en pro de la agricultura, el canalizar (o secar) ríos, las represas, el uso del carbón y luego, petróleo, el ensanche de caminos, el aniquilar animales silvestres por deporte (y comerse a los amigables) fue parte del desarrollo. Sin contar las triquiñuelas legales o la descarada expulsión de comunidades situadas (para su mala suerte) en zonas productivas. Con la revolución industrial se celebró el traslado masivo de los campesinos a las ciudades. Lo natural se tradujo en sinónimo de pobreza, atraso e ignorancia.

La conciencia ambiental

Hubo frenos a este cegado optimismo. En 1952 ocurrió la “Gran niebla” o smog que mató a 12.000 personas en Londres. Aquello no solo decretó el fin del carbón, sino que también hizo que los países tomaran conciencia de la relación entre planificación urbana, áreas verdes, agua potable y aire limpio. Se dejó de “glorificar” las chimeneas y se valoró el “salir de vacaciones” al campo, montaña o playas para disfrutar de un ambiente sano. Durante los años 70’s, los científicos advirtieron que el explosivo aumento de la población llevaría a la sobreexplotación de los recursos naturales. Contradictoriamente, la economía impulsó el “estilo desechable”. Los plásticos, el abuso del papel y la comida procesada se ponen de moda. Aparece también el fenómeno de la “obsolescencia programada” de los electrónicos y se fomenta el uso masivo del automóvil. Por supuesto, nadie aborda el tema del aumento de las basuras inorgánicas (y su manejo). Tampoco se habla de reciclaje. Preocupados solo por la contaminación del aire y del agua, se suscribe un acuerdo para bajar las emisiones de carbono en 1992. Paradojalmente, la primera Cumbre de la Tierra, se realizó en Río de Janeiro. Entonces, Brasil, prometió proteger la selva Amazónica como pulmón verde de la humanidad. En 1997, el Protocolo de Kioto, en Japón, siguió con estas medidas, hasta culminar en el Acuerdo de París, firmado en el 2015. El cambio climático emerge en la opinión pública. A pesar de ello, las empresas no cambian sus paradigmas. El caso de las papeleras es interesante, puesto que difunden el uso del papel “verde” o reciclado, que no requería de los nocivos químicos del blanco. Por razones económicas, cambian de estrategia y retornan al papel blanco. En el 2000, se creyó que la tecnología digital iba a bajar la cantidad de plantas de celulosa, pero todo siguió igual.

Surge el paisaje artificial

En 1955, en California, ocurre un fenómeno especial. Se construye Disneyland. De la nada, surgieron castillos, lagos, cascadas, montañas y todo un imaginativo (y falso) entorno. Su efecto en la cultura popular superó las fantasías barrocas de los jardines de Versalles. La idea de espacios protegidos, diseñados a la medida, en lúdicos estilos (divorciados de la flora y fauna nativa) comenzó a hacer furor. ¿Quién no desearía vacacionar en un resort capaz de simular (y superar) a cualquier isla caribeña? Coincide con la democratización del turismo y los viajes masivos, cuyas consecuencias recién se observan: patrimonio colapsado, incendios en parques nacionales y basura plástica en todos lados. ¡Hasta el legendario Monte Everest está repleto de desperdicios! Otra vez, la paradoja. Jamás se ha exigido a los inventores de productos desechables, desarrollar la tecnología correspondiente al manejo final y desintegración del objeto. De acuerdo a la lógica, las industrias de la basura y del reciclado debieran ser ejes económicos rentables y millonarios. Pero no. Según las Naciones Unidas, se producen 400 millones de toneladas de plástico y solo se recicla el 9%. Sin mencionar las baterías, residuos de la construcción, químicos y electrónicos en desuso. En otras palabras, desde 1980 han salido al mercado toneladas de productos de corta vida, en cuyo destino final nadie quiso pensar. Se nos pide a los humildes ciudadanos ahorrar agua, no usar bolsas plásticas ni envases, mientras las empresas invierten el mínimo en plantas y no detienen su producción de desechos (baratos de comprar, carísimos de desintegrar). Esto, ha generado también otro tipo de paisaje artificial. En los países pobres, en guerra o hambrunas, la basura flotante no deja ver los ríos ni las calles.

Y no solo el Amazonas…

No es solo la hermosa selva la que arde. En todas partes, día a día, se desforesta una “zona encantada” para construir carreteras, urbanizaciones, fábricas o plantaciones. La gran paradoja contemporánea es que tenemos la tecnología para lograr un equilibrio, un desarrollo sustentable, que permita una armonía entre la naturaleza y el ser humano. Pero a la hora de la verdad, hacemos lo contrario. ¿Habrán logrado que nos enamoremos del paisaje artificial? Después de todo, ahora sufrimos alergias al polen, a la tierra, a los insectos. ¡Las ciudades ofrecen tantas luces y amenidades! Quizás, en el breve futuro, nuestros nietos estarán felices, encerrados bajo cúpulas, viendo galeones, tigres, ballenas y bosques en pantallas tridimensionales. Todo protegido, envasado, seductoramente artificial y rentable.

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10 Comentarios sobre “La Inconfesable Seducción del Paisaje Artificial

  1. Pilar, gracias por esta reflexión de tantas ramificaciones. El temor a los bosques como el lugar opuesto a la “civilización” ya está presente en los romanos y luego en la temprana Edad Media. Un ejemplo de esto es la cruzada civilizatoria de San Bonifacio en los bosques germánicos.
    La destrucción de la “naturaleza” pareciera estar en el ADN de esta civilización que promueve un antropocentrismo que se considera “superior” y con derecho a usar y usufructuar de todo en su propio beneficio.

  2. potente reflexión, podemos quedar encandilados por muchas cosas…..podemos caer rendidos aun a sabiendas que aquello que nos seduce es solo seducción.

  3. Leo al año siguiente. Tu reflexión nos compromete Pilar. Espero que con este encierro forzado todes hayamos aprendido a apreciar la naturaleza real hasta en sus mínimas expresiones y con ello también queramos protegerla y preservarla

  4. Muy bien escrito y todos sentimos esa sensación perdida en el tiempo cuando éramos niños y como decía Serrat ‘cuando el canal era el río cuando el estanque era el mar” lugares encantados, limpios y con abundancia de lo natural, donde felices pasamos hermosos días familiares. Hasta cuándo la madre tierra no tolerará. Siento una gran pena por las generaciones futuras que no tuvieron esos ríos y esos mares para disfrutar.

  5. Pily querida: muy buena y clara tu reflexión! Que tiene nuestra especie que le hace destruir lo natural por crear cosas artificiales????la ambición de tener más y el egoismo están exterminando nuestro mundo!los budistas dicen que el apego es la causa de nuestros sufrimientos y males: apego a lo material, apego a la dominación y el poder? El exterminio, las guerras, todo tiene un fondo de poder!

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