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Pocos meses atrás falleció una mujer admirable. Se llamaba Adriana Machuca y tenía noventa años. No fue famosa ni rica, pero su historia podría inspirar una película. A primera vista, el guión parecería simple. Se trata de una bella santiaguina que renunció a sus comodidades urbanas para trasladarse a las lluvias australes. ¿El motivo? Los ojos color  aguamarina de Celso Hausdorf, un joven descendiente de antiguas familias alemanas, avecindadas en las orillas del lago Llanquihue en el siglo XIX.

Ambos se conocieron a fines de los 50’s. Entonces, Adriana era una veinteañera, madurada por los golpes de la  vida. Su padre (único sustento de la familia) había fallecido cuando ella era una adolescente. La madre, deprimida, se declaró incapaz de luchar. El único hermano que trabajaba optó por hacerse el sordo. Para evitar el naufragio del hogar, Adriana asumió la responsabilidad de sacar adelante el buque. Sin dejar de ir al colegio, estudió taquigrafía y secretariado, las carreras femeninas de la época. A los diecisiete, ya estaba contratada en una oficina de seguros en el centro de Santiago. Ganarse el sustento la hizo tomar contacto con otras muchachas que ejercían sus nuevos derechos ciudadanos. Las mujeres habían votado por primera vez en la elección presidencial en 1952. También fue elegida la primera senadora María de la Cruz, cuyos colegas masculinos  destituyeron del cargo al culparla de “sospechosa cercanía con el Peronismo”. En otras palabras, cayó por peinarse al estilo de la difunta Evita y por ganarse las simpatías del general más famoso de Argentina.

Adriana escuchaba los noticieros radiales, se suscribía a revistas y las comentaba con sus amigas en los salones de té. Ser independiente le otorgaba privilegios como ir al cine, al teatro y a las galerías comerciales, donde tomaba apuntes de la última moda. (Una costurera reproducía lo que las tiendas vendían a precios inalcanzables). Floreció como una mujer bonita, delgada, de grandes ojos oscuros y el cabello negro. Le sobraban admiradores, por lo que no tardó en iniciar un noviazgo. Los planes de matrimonio se postergaron. Exigió esperar hasta que sus hermanos menores volaran del nido. Su madre se casó con un vecino muy querido mucho antes que ella. Entonces, la joven secretaria  sufrió una ingrata decepción: el príncipe azul tenía una amante. Ella terminó la relación y no se conmovió con las tarjetas, chocolates y flores que el enamorado le envió durante meses. Tampoco se dejó intimidar por la amenaza de convertirse en “solterona”.

El hospital de tuberculosos

El padrastro de Adriana se ganó el afecto de todos los Machuca. Era un activo comerciante que sufría de los pulmones. Cada cierto tiempo, los médicos le recetaban reposo en un hospital del Cajón del Maipo. Adriana subió al sanatorio un domingo. Al entrar, encontró sentado en una terraza a un pálido rubio con aspecto de actor de cine. Era Celso Hausdorf, quien sostenía un violín y contemplaba los macizos andinos en búsqueda de inspiración. La curiosidad pudo más e inició una conversación. El joven provenía de un campo llamado Pellines (nombre nativo del roble austral) cerca de Puerto Varas. Adoraba la música y acababa de graduarse como profesor en la Escuela Normal de Valdivia. Le contó que el Opa (abuelo) Adolfo Hausdorf había fundado el Club Arturo Prat de Pellines, donde jugaban todos los varones del clan. Los campeonatos bajo la fría lluvia se habían traducido en frecuentes bronquitis que Celso había desestimado. Como consecuencia, sufría de un reumatismo cardíaco (operable en la actualidad). El único tratamiento consistía en someterse a un clima seco y soleado. Según la versión de Adriana, el encuentro no fue un “flechazo de Cupido”. Por el contrario, ella creyó que después de ese domingo no lo vería más. El guapo había dejado muy en claro que lo estaban esperando en una escuela rural, cerca del campo familiar. Quiso el destino que la convalecencia del profesor fuese más larga de la esperada y los encuentros se repitieron. Se gustaban, pero se evadían. El inevitable retorno y los mil kilómetros de separación no daban pie a un romance. Fue entonces, cuando Celso debió recordar que un jugador tiene que arriesgarlo todo en la cancha. Sin tiempo para noviazgo, aventuró una propuesta matrimonial. Adriana (siempre racional) se sorprendió al aceptar. Sus compañeros de trabajo, amigas y toda la familia consideró que estaba cometiendo un grave error. ¿Sería capaz de negarse a un estupendo ascenso laboral? ¿Cambiaría la cultura y la moda santiaguina por gallinas y delantales? ¿Sería capaz de lidiar con un hombre enfermo? ¿Se acostumbraría a vivir con los suegros? ¿Se daba cuenta que no sabía cocinar y que le tenía miedo a las arañas? Adriana intuía que lo más difícil  era la cruda  certeza de la corta vida que tendría su marido. Para colmo, él no aspiraba a salir del sur. Él amaba el lago Llanquihue. Se había criado entre barcazas, caballos, braseros, cocinas calientes, cosechas y juegos que combinaban la cultura chilena, mapuche y alemana. Celso soñaba con educar a niños campesinos. Su alma no vibraba con el norte seco y soleado.

El terremoto del 60

Cuando los doctores dieron el alta, la pareja se casó en Santiago y abordó el tren ordinario a Puerto Montt. Era una travesía que se detenía en casi todos los pueblitos. Incluía largas esperas con el fin de enganchar las locomotoras de los ramales. En 1960, el ferrocarril todavía era la espina dorsal de Chile. Alojaron un par de meses en la casa de un pariente de Puerto Montt (últimos chequeos médicos y papeleo de trabajo). En enero se trasladaron oficialmente a Pellines, el campo agrícola donde vivían el Opa y la Oma. Según Adriana, al llegar a esa casona alemana tuvo la palpable sensación de haber roto con el pasado y sus afanes urbanos. La mitad de la ropa de su maleta era inútil: No más tacones, medias, sombreros y vestidos de cóctel. Al principio, no encontró muy atractivos Puerto Varas, Puerto Octay, Frutillar y otros lugares que le mostraron. Después, los consideró suyos. Fue en aquella casa (donde deambulaban los fantasmas de los ancestros) cuando supo que estaba embarazada. Tuvo la suerte de contar con una suegra amorosa, que la guió en todos los temas de futura madre y los quehaceres domésticos. Entre mareos y ropa tendida, la sorprendió el terrible terremoto de 1960, consignado como el más devastador en la escala Richter (9.6). Celso se encontraba en Puerto Montt. Al igual que el resto del sur, la ciudad quedó aislada y sin noticias. El profesor, junto a otros sobrevivientes, tuvo que regresar al hogar caminando, a caballo y en bote. Esta dura jornada afectó su salud.

El Mundial del 62

Silda nació en plena euforia de la llamada “Epopeya del Riñihue”. El sismo había bloqueado el desagüe del lago Riñihue. Miles de voluntarios chilenos y extranjeros trabajaron para destapar las aguas que amenazaban con arrasar lo que restaba de Valdivia y otros poblados cercanos. la tragedia fue evitada y reinaba la esperanza. La misma que tenía Adriana al sentirse madre en una naturaleza adversa.  El segundo embarazo coincidió con la recaída de Celso. La pareja viajó a Santiago para una nueva convalecencia. En la capital nació la pequeña Clara. A ella le tocó la euforia del Mundial de fútbol. Contar con un aparato de televisión era  costoso. La joven familia tuvo la suerte de seguir los pormenores del balón en la casa de una tía. Adriana recuerda que disfrutaron, comieron, rieron y celebraron de una manera que solo ocurre cuando se avecina una despedida. Retornaron a Puerto Montt en avión. Un nuevo empleo aguardaba a Celso, pero el joven maestro jamás pudo iniciar el año escolar. En menos de tres años, Adriana se encontró viuda y con dos niñitas. No se dejó doblegar por el llanto y una vez más, se concentró en  evitar el  naufragio. Ayudada por los dolientes Opa y Oma, se incorporó a trabajar a una cooperativa lechera en Frutillar. Tiempo después, ascendió a secretaria en la oficina de Puerto Varas. Allí se hizo de amigas, compró su departamento y crió a sus hijas. Ningún pretendiente estuvo a la altura de Celso y ella prefirió seguir libre. No comprendía por qué tantas mujeres se casaban con borrachos o seres violentos ante el pánico a la soledad.

Trabajó sin descanso hasta jubilar y se asentó en Santiago (donde la historia había comenzado). Sus dos hijas, nietos y bisnietos estaban allí. Tuve el honor de conocerla a través de  Clarita, mi gran amiga de la universidad. Era la perfecta matriarca de un clan que la adoraba. En una de estas visitas, ella me contó sobre su crucial decisión en el hospital del Cajón del Maipo. Me describió las montañas contra el cielo azul, la sonrisa y el cabello dorado de Celso, en los que la muerte se adivinaba. El verano pasado, Adriana estaba en paz, quizás cansada por una larga y anónima vida, muy similar a la de muchas mujeres. De lejos, observaba la alegría del almuerzo familiar.

“Esta es la última vez que nos vemos”, me dijo. Nos abrazamos y le respondí: “¡Hasta el próximo viaje!” Ahora sé que adivinó también su partida. Su amor la estaba esperando con un violín y el color del Llanquihue en las pupilas.

 

Adriana y Celso

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9 Comentarios sobre “Cuando se elige el amor… por brevísimo tiempo

  1. Conmovedora historia, Pilar! Llena de detalles que dan cuenta de profunda reconstrucción. Triste y hermosa historia 😢
    Gracias por compartirmela❤️
    Atentamente,
    @lasonrisadepurisima

  2. Que hermosa historia de amor y esfuerzo… Pero valió la pena ya que dé ese amor nacieron hijas maravillosas y qué tengo el gusto de conocer a una de ella…Felicidades por compartir algo muy bello 👏👏👏👏

    1. Linda historia la de tus padres Sildita, tengo el gusto de conocer a varios de tu linda familia cuando viví en Puerto Varas, sobre todo tu prima Lili, que me enseñó a bordar punto cruz, un fuerte y cariñoso abrazo

  3. Cómo siempre, emotiva y fluida narración, Pilar York.
    Estupendo lo del cabello dorado de Celso donde la muerte se adivinaba.
    No menos eso de la espera de su amor con el violín y “el color del Llanquihue en las pupilas”.
    Buen guión para Caiozzi.

  4. Como siempre: me encantan tus relatos!
    Me hacen ser partícipe de la historia: la vivo con la protagonista y me pongo en sus zapatos!me entretiene y logra emocionarme !

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