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Uno de los más bellos aportes de Pedro Lemebel fue el haberle devuelvo a la crónica su espacio en la literatura chilena, convirtiéndola a contenidos complejos, con aristas iluminadas; otra forma de resistencia que instaló contra los modelos de periodismo que fueron importados en la dictadura, para mejor mentir.

Entonces, Pedro fue el niño que se atrevió a decirle al emperador que estaba desnudo. Y nos dio una voz deslenguada, cuando estábamos mudos; y una boca libertaria, cuando estaba censurado decir; nos dio el detalle de la descripción odiosa al verdadero Chile, que comenzaba a ocultarse bajo el plástico de las tarjetas de crédito, y el consumo. Sus primeros lectores se veían representados a través de su voz en una comunidad oyente (primero Lemebel fue oral) donde al fin se hacía territorio para los escondidos, los negados, los marginales, también las izquierdas renovadas aplaudían la construcción de un discurso para los nuevos tiempos, que Lemebel esgrimió con osadías, convirtiéndose a sí mismo en el propio personaje de esa construcción, que iba mucho más allá del gesto estético literario de subvertir. De hecho, podemos decir que no fue un innovador en las estructuras literarias. Conservó, restauró y relevó ciertas tradiciones narrativas nuestras. Fue su lado conservador. Lo innovador fue el traspaso –en la crónica- de la oralidad al texto, fundiéndolos de modo tal que la escritura no parezca mediatizada.

En casi todo lo demás eslabonó una consistente y persistente estrategia que fue profundamente política. Consciente hasta lo increíble de sus límites y desbordes, se fue definiendo al ritmo de sus acciones poéticas, que fueron su leit motiv, fuese cual fuese el modo de expresión que elegía para ello. Cuando actuar en esas direcciones estaba prohibido.

Lemebel Oral es, por eso, un título increíblemente acertado para el libro de Editorial Mansalva, de Buenos Aires que compila 20 años de entrevistas que se hicieron entre 1994 al 2004, para distintos medios. El libro fue presentado en la capital porteña el día 14 de noviembre recién pasado, cumpleaños de Pedro Lemebel

La primera vez que estuve frente a la voz de Pedro Lemebel fue en una exposición de taxidermia del artista Antonio Becerro, en el Museo de Arte Contemporáneo, donde una televisión mostraba unos labios grandes, masculinos, pintados con labial rojo que repetía un texto, una y otra vez…en medio del salón de acceso del Museo, había una voz protagónica, central, rodeada de la instalación de perros callejeros taxidermiados por el taxidermista. Lo fugaz, y el intento por hacerlo permanecer; el cuerpo como espacio de protesta; la voz en el centro, pero desde el margen.

Como editora de IDEAS del Diario La Época recibí la entrevista que Faride Zerán le realizó en 1997 (compilada en el libro), que fue rechazada por el director del Diario de ese entonces para la entrevista del domingo. Faride presionó; yo presioné. Los argumentos homofóbicos de la dirección se oponían. Faride amenazó con renunciar –la tremenda Faride Zerán levantaba la voz, una vez más. Esa presión no tuvo efecto, pero sí la insistencia (histérica, diría el patriarca). Logramos publicarla. Fue una osadía en el Chile de entonces, en prácticamente el único medio progresista oficial escrito.

Menciono la anécdota porque da cuenta de nuestra cultura de entonces, de los patrones de poder y hegemonía de los medios de comunicación, de las visiones conservadoras, enquistadas en un proceso de miedo a casi todo. Quienes estuvimos aquí, lo vivimos. Nos nutríamos clandestina y escasamente de diarios y revistas extranjeros, algunas de las más notables eran de Argentina, donde hay esas librerías mundiales, más quioscos de diarios que farmacias. Donde la formación periodística en las universidades es estricta y rigurosa. Donde el periodismo es mucho más compromiso. Donde existe esa bella idea de lo humano con derechos inalienables, en el pacto social; en fin, esas ferias de libros en Rivadavia, el Malva, Sur, Borges y su Laberinto.

En Página 12 aparece un comentario sobre este libro.

La crónica tiene excelentes aciertos sobre la propuesta estética de Lemebel y aporta una interesante contextualización literaria que permite situar a “esta voz” en relación con otras voces continentales, pero desde la altura de Página 12 (al libro le viene bien un comentario en Página 12) María Moreno no alcanza a comprender que Pedro Mardones –ese que nació con una alita rota y cortó la otra, para tener dos nuevas- es fruto de un territorio cultural con una humanidad a la que Pedro Lemebel le puso voz. Y fue esa cultura su sentido y contra-sentido. La voz de los “maricas” que asomaban en las esquinas de la pobla, no era la del centro del comercio gay del mundo. Acá no teníamos un tango para cantar la vida de los márgenes. Lemebel lo inventó. No cafiolo ni chulo, sino achorao, resentido, de pobla.

“Lemebel escribía sus crónicas para espacios como La nación, Punto final y The clinic  pero en el programa Cancionero transmitido desde su cuchitril de radio Tierra, necesitaba leerlas en voz alta, tal vez porque en La Loca, la voz de autor, la fónica y la poética se funden indiscernibles en el cuerpo haciendo a la obra imposible de interpretar por otro sin desfiguración y pérdida de identidad”, esta afirmación de Moreno, se contrapone a la dura mirada que da sobre la calidad de las entrevistas que el libro contiene, que no son otra cosa que diálogos –puede que mal provistos- pero que al fin y al cabo nos entregan una doble información: dos mundos se cruzaron en cada conversación, y ambos en un contexto. Moreno valora y sobreprotege la figura de  Pedro, desvaloriza algunas interpelaciones y pierde un poco el contexto, que a su vez justifica e ilumina sobre el propio autor. De hecho no considera el temor “a lo diferente” que el propio Pedro marcaba como la mayor de las fobias en un país tan fóbico como el nuestro; por otro lado, perfilar a Lemebel desde la entrevista era un desafío, precisamente porque su conversación era solo una parte de la escenografía, que de algún modo andaba trayendo. Al verdadero Pedro, nadie lo entrevistó para un medio, y sí, capaz no hubo en Chile nadie que pudiese captar del todo la dramaticidad y permanente puesta en escena de sí de Pedro, como un lazarillo, guiándonos en la oscuridad del país oscurecido en el que nacimos los de entonces.

Creo que el libro Lemebel Oral tiene el valor de re componer una faceta de esos 20 años que pasaron, a través de esas conversaciones –más o menos profundas; más o menos rigurosas-, en un país donde conversar cada vez formaba menos parte de la vida; a través de esas entrevistas, en un país donde escasos editores –muy escasos- dedicaban espacio a la contracultura.  Se valora, entonces ese transcurrir, donde Lemebel transcurrió y transcurre, por las calles de Santiago, contaminadas de desconfianzas, donde los parque son oasis de sombras y encuentros en voz baja. Es ahí donde las notas quejonas y exageradas de Lemebel destacan, forman esas piezas magistrales. Pero también el libro se hace cargo –en un país que tiene pendiente toneladas de historiografía- de completar ese mapa moroso del territorio de Pedro Lemebel porque la comprensión de la territorialidad es una línea directa entre Pedro Mardones y Pedro Lemebel, entre Pedro Lemebel y sus auditores (a quienes hablaba desde Radio Tierra); y entre sus lectores y este país: el territorio que eligió para su propio habitar. A este territorio le puso voz.

En este territorio chilensis, Pedro fue mitificado.

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2 Comentarios sobre “Las voces de Pedro en “Lemebel Oral”

  1. Valorable obra y vanguardia popular de Pedro Lemebel. Nada que agregar excepto que Lemebel era parte de un movimiento de artistas que realmente florecieron en la contra-dictadura. No fue un caso aislado como las nuevas generaciones podrían interpretarlo. Estaba el teatro Ictus, La Sociedad de escritores de Chile con conferencias y reuniones casi clandestinas, recuerdo al Paco Rivano, los cantantes de peña, los hermanos Parra con sus cuecas choras, cultura alternativa. Florcita Motuda, Ramón Griffero. Las censuras a las entrevistas de estos actores, artistas y escritores estaba a la orden del día. Fue la gran labor de los diarios alternativos de la época, hoy tristemente desaparecidos.

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