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Quienes siguen con atención las noticias se están empezando a dar cuenta, si no lo han hecho ya, que el mundo cambia en forma acelerada, sin que se sepa con claridad cuál es su destino.   No es primera vez que cambia ni será la última.

Lo que creíamos como sólido e inmutable está siendo cuestionado, y esto incluye las formas de organización de los países, la ética, la vida política, social y económica de las personas.   Esos son los llamados paradigmas, palabra que etimológicamente significa “ejemplo” pero que se usa como el conjunto de normas sociales que no se modifican porque son las que le dan sentido a la sociedad.

En los países occidentales, por ejemplo, son paradigmáticos la democracia, el ordenamiento de la economía en el contexto del liberalismo, los derechos individuales de las personas, el estado de derecho, la libertad religiosa y la organización de los países en estados, dentro de lo fundamental.  Lo que sea distinto a ello lo vemos como anómalo y suponemos que tenemos el deber de corregir a quienes actúan de forma diferente.

Sin embargo, hay cierto grado de consenso en que algunos de estos supuestos están empezando a mostrar grietas que permiten sospechar de su real solidez, y ello no es extraño porque los paradigmas no son verdades infinitas sino respuestas culturales a situaciones determinadas en el tiempo y el espacio.

La noción de los países estado, por ejemplo, son el resultado de la fusión por las armas de reinados pequeños inmediatamente después de la Edad Media; la libertad religiosa es consecuencia del surgimiento de la reforma protestante el S. XVI porque antes el Catolicismo era un monopolio impuesto incluso para los indígenas americanos; la democracia fue creada en el contexto de la revolución francesa para reemplazar la monarquía que durante mil años fue considerada como el sistema lógico de gobierno, en tanto que la democracia representativa que algunos defienden como la creación máxima de la política no alcanza a tener un siglo y medio de vida.

No hay que temer entonces a los cambios si sirven para una mejor organización de la sociedad.   A lo que hay que temer es a los grupos que, siendo minoritarios, tratan de imponer una dirección determinada a los cambios, imbuidos en ideologías aún más jóvenes que la democracia.

Lo sano entonces es, del mismo modo que se hace con los autos, es someter al conjunto de paradigmas a revisiones frecuentes para determinar si siguen estando en condiciones de prestar utilidad a las personas.  De esa forma se evitan las revoluciones y las guerras y se facilita un tránsito más fácil para todos.

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