Compartir

Para mí los ochenta comenzaron el año 1983, cuando regresé del exilio. Lo primero que me pasó fue querer entrar y tocar la realidad de ese país que añoraba y que me producía tantos desvelos. Y la puerta de entrada fueron las mujeres.

Una amiga me invitó a sumarme al Movimiento de Mujeres por el Socialismo. La mayoría eran profesionales, y también participaba un pequeño grupo de pobladoras. Había militantes y no militantes y mujeres del movimiento feminista.

Llegué a una reunión, en la casa de una de ellas. Estaban diez o doce mujeres, algunas que ya conocía. El ambiente era relajado, amable y divertido y, sin embargo, centrado en lo que estaba pasando y lo que podíamos hacer. Tuve la suerte que mi grupo fuera muy activo y creativo. De éstos había varios, diseminados en la ciudad, reuniéndose en las casas.

Una vez al mes, se organizaba una asamblea, convocada por la coordinación, la que no ejercía un mandato vertical. Allí se conversaba de la situación general y cada grupo planteaba sus propuestas. Una de ellas fue celebrar el ocho de marzo, poniendo afiches en las calles, con consignas basadas en rondas infantiles. La idea básica consistía en la foto de una mujer de tamaño natural, con los brazos extendidos hacia delante. Fue aprobada por todas.

Se distribuyeron las tareas: la confección del afiche y luego la pegatina. Algunas optaron por actividades de apoyo y otras levantamos las manos para ir a la calle. Nuevamente, se organizó el trabajo en los grupos. Cuando los afiches estuvieron listos, nosotras preparamos el engrudo y ordenamos los materiales. Decidimos ir a Tomás Moro, en la noche,  para hacer un homenaje a Salvador Allende, en la que fue su casa de Presidente. Pegamos dos afiches en los costados de la puerta. Nadie de la casa nos vio, ni pasó en ese momento ninguna patrulla.

Al día siguiente, 8 de marzo, salimos varios grupos al centro de Santiago. Actuamos con rapidez: unas colocaban el engrudo en los muros y otras desplegaban y pegaban los afiches y otras ponían una tira ancha de color, a la altura de las manos, donde estaban impresas las consignas. Cuando terminamos el trabajo, nos dispersamos subiendo en las micros que pasaban, sin saber adónde iban. En la que yo subí junto a otra amiga, las personas nos aplaudieron. Un hombre dijo: ¡Las mujeres sí que son valientes y sacan la cara por nosotros! Le sonreímos mientras nuestros corazones todavía palpitaban acelerados por el miedo.

Segunda parte en Esas mujeres de los ochenta (II)

Compartir

Alguien comentó sobre “Esas mujeres de los ochenta (I)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *