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Aunque algunos aún se sienten desorientados con los resultados de las elecciones y persiste la actitud de culpar a otros de los fracasos propios, llama la atención que muy pocos pongan su atención en un hecho concreto:   Un gobierno con bajos niveles de adhesión tiene casi imposible la tarea de entregarle el poder a un Presidente del mismo signo político.

Es un dato incuestionable que el respaldo ciudadano no acompañó a la Presidenta Bachelet durante casi toda su gestión y si bien se puede cuestionar la metodología de alguna encuesta eso no permite afirmar que se mintiera persistentemente y en forma transversal, por lo que resulta llamativa la falta de autocrítica y la ausencia de la figura presidencial en los análisis post electorales.

Hay que ser claros.   El gobierno que termina el próximo 11 de marzo tuvo realizaciones importantes, pero no logró convencer a la ciudadanía de sus bondades, y menos cuando la gente está más interesada en la prosperidad económica que en la protección de sus derechos, la promoción de la dignidad o de la igualdad.

Desde que se extendió la sospecha sobre la honorabilidad de sus familiares directos, la confusión respecto de la reforma tributaria, al incumplimiento de promesas de campaña y la disminución en el ritmo del crecimiento, la adhesión ciudadana comenzó a escasear para una Presidenta que había sido elegida con una imagen de imbatibilidad electoral.

Hubo errores, y muchos de ellos no forzados, entre los partidarios del candidato oficialista: Divisiones, ineficiencia, falta de claridad y de liderazgo, pero lo principal es que no puede ganar una elección quien representa al gobierno saliente que carece de la popularidad necesaria para recomendar a un sucesor que promete que, ahora sí, habrá reforma al sistema previsional y una nueva Constitución cuando no se avanzó de forma significativa en los cuatro años anteriores teniendo una clara mayoría parlamentaria.

Sobre todo aquello incluso hay algo aún más grave: Suponer que la gente quiere lo que se le dice que quiere.   El Gobierno y sus partidos actuaron con soberbia, y ello produjo un notorio distanciamiento con la ciudadanía que no se sintió comprendida en sus anhelos y demandas.

Es efectivo que la autoridad tiene el deber de orientar pero no puede dejar de conocer la realidad.   Es cierto también que se suele privilegiar las cifras pero ello no debe significar que las emociones se dejen de lado.  Lo ocurrido fue lo que se puede esperar cuando se toman las decisiones suponiendo que las opiniones de los amigos representan el sentir de todos, olvidando de paso que no hay amigos cuando se tiene el poder sino una corte que siempre le encuentra la razón al superior.  Es humano, y la autoridad debería conocer las debilidades del ser humano.

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