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Nadie podría negar el derecho a los que quieren impulsar cambios revolucionarios a hacerlo, siempre que cumplan con ciertas exigencias mínimas, dentro de las que se incluyen el acatamiento a la democracia, que es la que establece dónde está la mayoría de un país, y el respeto a las minorías, porque imponer un modelo político y económico determinado no es democrático cuando significa negar los derechos humanos de los opositores, así como entendiendo que un cambio revolucionario se define por la profundidad y no por la violencia.

Así se ha entendido en nuestra historia nacional -salvo contadas excepciones- y sería absurdo tratar de inventar la rueda ahora cuando lo que se requiere es responsabilidad y seriedad.   Decir que lo cortés no quita lo valiente supone reconocer tanto el derecho de plantear con firmeza las convicciones en un contexto determinado como mantener niveles básicos de cortesía.

Lo de sostener que “el pueblo” quiere tal o cual cosa es aprovecharse del lenguaje para decir que es uno el que aspira a un objetivo determinado, y ese es además el principio de los populismos, los voluntarismos y la demagogia, crítica que le cabe a todos los sectores políticos.

La consecuencia es una actitud difícil de mantener, pero es una exigencia cuando se trata de apelar al respaldo ciudadano.   Las posiciones valóricas no pueden depender del apellido sobre quien se opina y caer en esa trampa conduce directamente a la ambigüedad.

Se tiende a pensar que la libertad de pensamiento es absoluta, pero no lo es desde el momento en que vivimos en sociedad y eso implica acatar un conjunto de reglas para la convivencia.  En la intimidad del hogar cada uno tiene una libertad relativamente mayor, en la independencia absoluta que es vivir como ermitaño también, pero ese no es el ámbito en el que se desarrolla la tarea de conducir un país en el que se piden servicios que tienen que ser financiados de alguna forma.

Por otra parte, se sigue sosteniendo un debate político en torno a definiciones doctrinarias que vienen del siglo pasado y antepasado, sin considerar las nuevas exigencias que ha planteado la realidad, como las reivindicaciones femeninas, la protección del medio ambiente y los derechos de las minorías (indígenas, discapacitados).

Esos temas requieren también valentía y cortesía, en especial cuando se constata que los antiguos moldes no parecen ser capaces de ofrecer soluciones eficientes.

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