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El señor Medina, ese señor cardenal con báculo y poder, ese señor de una iglesia oscura con tribuna para hablar, tiene el desparpajo que entrega la sensación de impunidad frente a dichos que desatan tormentas que emergen del mundo de las tinieblas.

Este señor austero con sotana impecable, tiene la incontinencia del pensamiento hablado tan propia del poderoso que cuando te pisa no siente el pie delicado que está pisando.

En su investidura, tampoco en su corazón, rondan los cientos de compatriotas arrojados al mar profundo de la patria por el solo hecho de ser homosexuales. Sus dichos autorizan y legitiman este gesto que es una de las heridas inflingidas a la comunidad nacional.

Sus dichos, ichos y feúchos, legitiman las golpizas cobardes de grupos de machos recios vociferantes a tantos compatriotas dignos, portadores de belleza, trabajo, creatividad y una manera particular de transitar esta tierra. Sus huesos quebrados, sus genitales desgarrados, sus cicatrices tatuadas con cortaplumas, sus cuerpos asesinados han quedado en los caminos del pequeño y largo país del que somos parte.

Sus palabronas avalan los bailes, la risa, los chistes y rechistes, el mal gusto burdo que repleta las pantallas de nuestra parrilla televisiva, ofendiendo, marginando, avergonzando a un sector numeroso de la comunidad nacional.

Permiten despidos, vidas de ocultamiento pernicioso y doloroso, matrimonios de mentira, dobles vidas que cuestan la vida.

Invitan a vivir al margen del amor, así de simple, amor por otro y por uno mismo.

De otras partes del mundo emergen voces perniciosas, escandalosas. Otros cardenales, obispos, curas, beligerantes…

Me pregunto, en un esfuerzo de conciencia, ¿cuánto de mis propios dichos precipitados, incontinentes,

cuantos de mis pensamientos oscuros y vinagres,

cuantas de mis emanaciones que provienen del peligroso espacio del miedo, flotan e invaden, junto a los del señor cardenal adusto Medina, las venas de este Chile?

¿Cuanto de este cardenal de piel rosada vive en mí, exiliando a esa otra parte de mí que clama por existir, preñar mi existencia con su exquisita particularidad?

Frente a sus comentarios no puedo dejar de recordar frases como: “El único comunista bueno es el comunista muerto”, o “El que nada hace, nada teme”, o “Los desaparecidos me tienen curco”. Y así sucesivamente, desde el principio de los tiempos.

Señor cardenal, señores cardenales, caballeros rosados, poderosos, pomposos, señores y señoras incontinentes y feroces de la patria, sus dichos, mis dichos, matan,

olvidan que la humanidad ha avanzado en su humanidad y muchos y muchas han muerto para que así sea. Aquí en la tierra bella de Dios, si así usted lo quiere, cabemos todos y todas y es para todo lo que da vida y nos acerca al AMOR desde nuestras diferencias preciosas.

Se lo digo y me lo digo para NO OLVIDAR NUNCA.

 

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3 Comentarios sobre “Un tal señor Medina

  1. Medina representa una iglesia boba, frívola y clasista, enamorada de sus ritos y muy poco intersada en aquel judio pobre que predicó la compasión, el repeto, la generosidad y el compromiso con tu semejante como ruta de salvación. Existe otra iglesia y en los años más duros esa iglesia me hizo respetar la fe. Creo que hoy, cuando en tiempos que se parecen a un doloroso fin de fiesta (mala fiesta)todo se desnuda, es bueno ver a los Medina con piel de bebe y corazón helado, tan vfrío y estrecho como su cerebro. Ayuda a aquello de separar el trigo de la paja.
    Buenas tus preguntas sobre lo despiadada que uno puede ser cuando nuestro semejante es tan diferente.
    En este caso particular, privilegio las diferencias para mantener mis distancias.

  2. No olvidar, que quede tatuado en la conciencia de todos, tatuado sin rencor, sólo como la experiencia que nos ayude a crecer, a entender. Desgarradoras tus palabras, crudos los hechos, desde el principio de los tiempos, entre la luz y el negro que todos arrastramos.

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