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Un roncito locuaz, un poco fauno, caricia calentona corre por mi sangre.

Vengo de la casa de mi amigo alto de los otros tiempos.

Me escucha,

lo escucho después del hielo que establece el tiempo y el corazón disuelve. Hizo un viaje al Asia, Birmania, Tailandia y su registro, más allá de que sea verdad o no, eso no importa, es que allá está el futuro. Un universo donde comulga la tradición milenaria y la modernidad a ultranza, la tecnología y una creatividad en cada esquina donde los jóvenes son criaturas de si mismos mientras a su paso los campesinos en las calles levantan puestos con la comida que se comía hace 3 o 4 siglos antes. Entonces la libertad se enraíza en una tradición cultural y espiritual profunda lo que hace honda, sustanciosa la locura de la creación de lo que viene. Esa tradición amasada de generación en generación es la que hace posible y notable el futuro.

Tan diferente a la nuestra que es la del volantín chupete, la de la que carece de corazón, la que no tiene padre y madre, abuelos, bisabuelos, leyendas, cuentos, sueños, tumbas y todo de lo que nos hace reír a gritos, o romper, o cuestionar pero nos configura y constituye. Salgo de ahí, azotada y seducida por la helada y el viento fresco que me renueva, volviendo a detectar en mí la necesidad profunda de hablar de lo que he heredado y de lo que soy.

Soy hija de una generación que creció en el nosotros. Estaban dispuestos a saltar al vacío pero a saltar juntos. Daba lo mismo el vacío y el juntos, lo importante era al vacío juntos. Apasionados, impulsados al encuentro del otro, al disfrute, a traspasar límites desde un viaje que se tejía desde mucho antes. Caía la noche en los años de mis padres y se abría el espacio de la conversa, el vino, la seducción y la conquista. ¡Mucho de eso tuvimos!

La construcción de un universo, de un país, la reflexión profunda y la propuesta era al lado de las bataclanas, las putas, la farra, el disfraz y el juego, lo inadecuado, el error, la trasgresión, la fiesta.  Era en ese ejercicio de la vida que proponían, entre todos de verdad,

(no en políticas de acuerdos que mas tienen que ver con conveniencias y negociaciones: yo te doy esto, tú me das lo otro.)

mirando,

entre todos,

sumergiéndose,

entre todos,

es que iban proponiendo. Ahí descubrían las claves para inventar lo que se haría. Se producía la alquimia de los elementos, el trasvasije. Y era con la discrepancia profunda, si, la que rompe pero también arma desde lo que está vivísimo. Conjugaban la amistad, los vínculos que permanecen en el tiempo. Eran hijos e hijas, nietos y nietas, eran desde su tradición.

En esa tradición crecí, crecimos hasta esos ochentas en que, de pronto, ese bastón de la posta que pasaba de mano en mano, se perdió o lo perdieron o nos dejamos extraviar o nos mataron o nos dejamos seducir, no sé.

Quiero asomarme a cómo creo que lo hizo la generación que nos precede, la tradición de la que nacimos, nuestra herencia emocional y espiritual, más allá de las religiones. Hay que develar la historia afectiva y emocional para conocernos. Conocer cómo se ejercitaba el estar vivos. Los que vienen deben saber que se hizo de otras maneras, que el vacío que nos lanza al espacio como volantines chupetes podría estar preñado de otras leyendas, de otros modos.  Otros modos que nos incluyen también.

 

Mi afán de curiosear me impulsa. Busco respuestas, alumbramientos, senderos, justamente, porque perdí a mis padres,

soy cabeza de clan,

ahora me toca a mi y a nosotros.

A veces creo que ya no nos tocó, que la vida nos saltó, que fuimos un paréntesis,

que ya fuimos, que no pudimos estampar en la tierra nuestra huella porque la olvidamos.

No sé adonde estamos, en qué estamos.

A veces te encuentro mirando a los estudiantes marchar, te miro y tienes los ojos húmedos.

A veces te miro ausente del presente sumergido en deudas, azotado por el anhelo de un nuevo autito que llene el vacío insoportable,

a veces te veo roto y quebrado sin comprender nada de estos tiempos, apresado por un pasado que no existe,

a veces te veo haciendo pillerías patéticas,

a veces abrazando modos que niegan por completo tu tradición y tu manera,

a veces te veo intentando y conversando, creando mundos en espacios particulares, pero solo, muy solo, con pequeñísimos grupos de referencia.

a veces te veo haciendo política sin una impronta que diga: Soy de la generación del 70, este es mi aporte particular, tengo identidad, pertenezco, ofrezco, preño el mundo desde lo que recibí, desde lo que aprendí, lo que trasmuté y creé.

Mi espíritu quiere investigar, tengo una deuda con mis padres, mis abuelos, con esos seres a los que llamaba tía, tío, con esos poetas que leía en el colegio, los escritores, los políticos que me iluminaron, los pensadores que abrieron todas las ventanas, que me hicieron quien soy, en fin…. Mi herencia. También tengo una deuda comigo misma y con los que marché.

Porque, como todos, nací de padre y madre, me niego al olvido, me niego a ser volantín chupete y mi generación existió, vivió, fue y tiene que hacer este tramo con su bastón de la posta apretado en la mano, corriendo, con lo suyo, para traspasarle a los que vienen el bastón sagrado, para traspasar los cuentos y leyendas, las recetas milenarias, las derrotas, los infortunios, las carcajadas, los tapices delicados, los consejos para el mal de ojo, el diseño de una ciudad que fue de otra manera, los sueños, las poesías que escribimos, no podemos permitir que nuestro presente se quede sin nosotros, sería muy grave, quedaría un vacío profundo, por eso, compañeros, compañeras de generación, tenemos que estar a la altura del reto, del desafío y hacerlo, como decía el viejo Sinatra que tanto le gustaba al precioso de mi papá: “I did it my way”.

Sin culpa, con todo el amor y la entrega de la que seamos capaces, con la generosidad que aprendimos, con las guatas incipientes porque hemos comido cosas ricas y tomado vino, impecables, gozosos, bellos, poner la huella indeleble en tierra chilena para que lo que se construya se enraíce en una tradición cultural y espiritual profunda que lo haga hondo, sustancioso, propio. Debemos ser parte luminosa de esa tradición amasada de generación en generación y que hace posible y notable el futuro.

 

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