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Hans Georg Gadamer, (1900 – 2002), filósofo alemán, innovador de la hermenéutica, cuya obra, Verdad y método, define los fundamentos de su pensamiento.

Hermenéutica es una palabra de origen griego que significa interpretar para comprender. Fue utilizada en la antigüedad para explicar los oráculos de los dioses, cuyos textos eran oscuros e imprecisos. Después se relacionó principalmente a la interpretación de los libros sagrados del Cristianismo. En asuntos filosóficos, éste término se ha utilizado como herramienta para hallar significado razonable al lenguaje. En Gadamer, la hermenéutica está relacionada a la descripción de lo que siempre estamos haciendo para interpretar las cosas. Gadamer cambia el foco de atención de la hermenéutica, de problemas relacionados a la oscuridad y al error, hacia una comunidad de conocimiento compartido en el lenguaje.

Desde la época de la Ilustración, cuando la inteligencia humana se rebeló contra las creencias religiosas que condujeron a la ignorancia y la tiranía, han sido rechazados los prejuicios y la tradición, en busca de transparencia. Al hacerlo, nos dice Gadamer, se quería realizar una especie de emancipación del entendimiento; pero nuestra tradición con los prejuicios, aun los equivocados, son necesarios como punto de partida de nuestros nuevos conocimientos. “Si sacamos la conclusión de que podemos hacernos transparentes a nosotros mismos, soberanos de nuestra manera de pensar y actuar, nos equivocamos. Nadie se conoce a sí mismo. Desde siempre llevamos grabado en nosotros un rastro y nadie es una hoja de papel en blanco”.

Entre razón y tradición, en particular, no hay  esa enemistad absoluta que pretende hacernos ver la Ilustración cuando identifica la tradición con la ciega sumisión a autoridades indemostrables y arbitrarias. “Hasta la más auténtica y sólida de las tradiciones se desarrolla de forma natural en virtud de la persistencia de lo que una vez verificado, tiene necesidad de ser aceptado, adoptado y cultivado.” “Ésta es básicamente conservación que actúa junto a todo cambio histórico y dentro de él, incluso allí donde la vida se modifica de manera turbulenta, como en las épocas revolucionarias. En el pretendido cambio de todas las cosas, se conserva el pasado mucho más de lo que nos imaginamos y se funde con lo nuevo adquiriendo una validez renovada.”

Tenemos que partir de la tradición y los prejuicios para llegar a nuevas interpretaciones, las cuales, en ningún caso podremos considerar últimas y definitivas. Así nos presenta Gadamer su pensamiento, revolucionario dentro de la tradición, porque la tradición no es un peso del cual debamos liberarnos, sino una íntima riqueza para descubrir. “Lo que llena nuestra conciencia histórica es siempre una multiplicidad de voces en las cuales resuena el pasado, y esas voces constituyen la esencia de la tradición que somos y de la que queremos ser partícipes”. Además, continúa Gadamer, sentirnos pertenecientes a una historia implica el reconocimiento de otras historias y de otras personas. Debemos dejar que esas voces diferentes y discordantes, contrapuestas a nuestro interior, nos delimiten. Sólo comprendiendo el pensamiento de los otros en nosotros mismos, nos ponemos a prueba, somos capaces de ampliar nuestro horizonte y nos definimos e individualizamos. Partiendo de nuestro horizonte restringido es como podremos extendernos posteriormente. Comprender significa provocar una “fusión de horizontes”; la verdad no descubre lo que había antes sino lo nuevo, resultante de la comprensión y de la interpretación en común.

La precomprensión en último término está formada por la red de prejuicios que constituyen nuestra tradición y conforman el punto de vista del cual tenemos que partir para juzgar antes de comprender. Quien se cree libre de prejuicios para basar su objetividad en la razón, niega su natural condicionamiento histórico y sufre  la fuerza de los prejuicios que le dominan sin saberlo y de manera incontrolada. Quien no quiere reconocer los prejuicios que lo determinan, no podrá ver siquiera cuanto a la luz de ellos se muestran. No se borra la marca de nuestra herencia ni podemos desalojar la tradición que nos somete. No podríamos depurarnos de los prejuicios y precondicionamientos históricos. No podemos borrar lo que la historia ha escrito en la hoja de papel de nuestra vida. Lo que sí hacemos y debemos hacer es reescribirlo, reelaborarlo incesantemente.

Eliminando de nuestra mente los prejuicios, si fuera posible, sólo quedaría un vacío imposible de comprensión. Eliminando los rastros, tras hacer desaparecer  las huellas de la tradición, queda nada. Lo importante es no permanecer apegados testaruda o presuntuosamente a los prejuicios. “El discurso no es una pura y simple muestra de nuestros prejuicios, los pone en juego, los expone a nuestras dudas, lo mismo que a la réplica del otro. La sola presencia del otro ayuda, ya antes de que él tome la palabra para replicar, a descubrir nuestros prejuicios y nuestra parcialidad, a deshacernos de ellos.”

Nuestra comprensión no es una lógica pura, neutra e incondicionada. La interpretación de los acontecimientos está determinada por la pertenencia a nuestra tradición y a los preconceptos indeterminados de nuestros prejuicios, en un primer momento inexplicados. Es ilusorio creer que nuestra mente es como una hoja de papel en blanco, sin acondicionamientos o sin certidumbres pasadas. La misma acción de dudar presupone una certidumbre. “El niño aprende porque cree en los adultos. La duda llega después de la creencia”. Podemos comprender algo porque disponemos de una “precomprensión”. Una idea recibida nos marca y orienta, por lo menos hasta cuando profundicemos la noción no reflexionada, al haber sido llevados a considerarla problemática o insatisfactoria.

Nuestra precomprensión del todo consta de la preconcepción de las partes como anticipación provisional del conocimiento que, cuando ocurre, modifica la imagen del conjunto, en un proceso recursivo y siempre inconcluso de rectificaciones y aperturas sucesivas, como nos explica Gadamer, quien agrega que disponemos de un conocimiento compartido, moldeado por la cultura en donde estamos inmersos, y por la historia del tiempo y del lugar donde nos formamos. Cada nuevo contacto con un texto, articula el propio trasfondo cultural e histórico en una “fusión de horizontes”. La tradición en Gadamer es una condición para el conocimiento. No constituye un objeto de estudio histórico, forma parte del mismo ser individual. No podremos separarnos de ella porque nuestro entendimiento individual no constituye un centro autosuficiente, aparte de la realidad histórica que lo rodea y es parte del mundo que constituye nuestro lenguaje.

El lenguaje conforma nuestro conocimiento y nuestro mundo, es puerta de apertura a la comprensión y a la interpretación de las distintas dimensiones de la experiencia humana. Para Gadamer, desde el momento en que nos ponemos en contacto con cualquier texto, leído, escuchado o dialogado, partimos siempre de una idea de lo que ahí se trata y, a medida que avanzamos, la idea cambia o nuestra interpretación se ratifica. Por su parte, la obra de arte presenta una apelación a la verdad. Se sirve del papel que desempeña en la experiencia de la belleza para establecer una analogía con el modo en que un texto lleva a sus lectores ante el fenómeno de la verdad. Historia y arte generan conocimientos valiosos, aunque carentes de la rigidez del método científico. Están más próximas al “juego”, cuyas reglas se imponen a los participantes, pero sin que por ello los inhiba de desarrollar su propia capacidad de innovación dentro de las condiciones o reglas establecidas.

Tanto las reglas en el juego del conocimiento como nuestra propia innovación nos permiten la comprensión del mundo como una reelaboración de vivencias en las cuales queda insertada nuestra propia actividad, formando parte de una “historia de los efectos” no referentes a los hechos desnudos, sino a eventos ya interpretados por otros y que son “objetos impregnados de subjetividad y subjetividades mediadas con la objetividad”. El lenguaje aparece aquí subyacente a todo proceso de comprensión y diálogo con la tradición. No es sólo una de nuestras dotaciones, sino que en él se basa y se representa el que los hombres tengan mundo. “Para el hombre el mundo está ahí como mundo en una forma bajo la cual no tiene existencia para ningún otro ser vivo puesto en él, y la existencia del mundo está constituida lingüísticamente”.

El mudo para Gadamer no es un objeto del lenguaje. Lo correcto sería decir que “en el lenguaje, el mundo se representa a sí mismo”. Mundo y lenguaje son inseparables, en el lenguaje no sólo toma la palabra el mundo, en relación libre con las cosas y con quienes convivimos y conformamos una comunidad lingüística, sino que también toma la palabra la tradición, la cual nos llama desde una historia y nos hace partícipes de ella. “No es sólo que el uso lingüístico y la formación continuada de los medios lingüísticos sean un proceso al que la conciencia individual se enfrente, sabiéndolo y eligiéndolo; en este sentido sería literalmente más correcto decir que el lenguaje nos habla, que decir que nosotros hablamos el lenguaje; pero lo más importante es algo a lo que venimos apuntando desde un principio: que el lenguaje no constituye el verdadero acontecimiento hermenéutico ni como lenguaje, ni como gramática, ni como léxico, sino como la palabra que a lo dicho da la tradición”.

En el diálogo con la tradición, la verdad de lo que es aparece como una determinación histórica a plantearse. En el lenguaje hay una dimensión de la comprensibilidad siempre abierta. El diálogo se alarga sin fin y es por ello que ilumina la verdad.

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