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Hoy pude hacer algo por lo cual me siento un privilegiado. Programé un encuentro con una amiga con quien compartíamos afinidades en aquella época maravillosa de la universidad y a quien no veía hace mucho tiempo. Recuerdo que uno de nuestros temas centrales en ese entonces decía relación con imaginar cómo sería nuestra vida cuando merodeáremos los 40. ¿Por qué esta edad? Bueno, hay mucho de cultura popular respecto de este hito etario, especialmente para los hombres, pero en general lo veíamos como aquel momento donde hubiéramos traspasado la mitad de la existencia (según la esperanza de vida en nuestro país). Eran nuevos tiempos –así rezaba uno de los eslogan de una elección presidencial, y nosotros queríamos prepararnos para enfrentarlos no solo de la mejor manera sino –lo decíamos con mucha grandilocuencia- manteniendo una coherencia valórica de la cual sentirse orgulloso ¿Seríamos los mismos a esa edad? ¿Creeríamos en lo mismo o, mejor dicho, seguiríamos luchando por lo que creyéramos en ese momento? ¿Cambiaríamos?

Ahí estaba Fabiola, la llamo Fab porque me gusta jugar con la doble lectura del diminutivo y de mi profunda admiración hacia ella: fab de fabulosa. No pudo ser de otra manera. La conversación fue un profundo placer. Nos juntamos a las 11 en lo que viene siendo una extensión de mi living: el café Mesié Quiltro en Lastarria. Y luego de que la hora pasara inadvertida -haciendo ostentación de que uno de los bienes más preciados en la actualidad, para nosotros, no era más que una fórmula de medición sin importancia- decidimos continuar nuestra plática almorzando unas riquísimas lentejas en el emporio La Rosa. En suma, cinco horas de conversación. No solo nos pusimos al día respecto de nuestras nutridas historias de vida sino debatimos sobre algunas cuestiones que naturalmente surgieron como temas relevantes en nuestros actuales quehaceres.

Fab –como era de esperarse- trabaja en la universidad. Pero no solo hago clases –aclaró- sino que también hago investigación y extensión. Haciendo énfasis en esto último, como la amalgama del “ser universidad”. Me gusta trabajar en la universidad porque puedo pensar Chile – me dijo de manera concluyente. Qué más de acuerdo podía estar si en aquellos años nuestros, de compañeros de universidad, luchábamos denodadamente contra el “niahismo” al estilo “chino” Ríos, que era la explicación cómoda y perfecta de esa generación que desde el plebiscito del ‘88 no tenía contra quien pelear. Y criticábamos ácidamente las incipientes universidades privadas no tradicionales alegando que no eran universidades completas si no hacían investigación y extensión. En fin. Las vueltas de la vida me llevaron a tomar una decisión importante, yo también me dedicaría a hacer docencia y de alguna manera investigación y extensión.

¿Ah sí? –me miró con una media sonrisa. Y cuando digo importante no solo pienso en lo que puedo hacer en la universidad per se: formar personas es una responsabilidad tremenda que hay que tomarse muy en serio y que además resulta muy entretenida y enriquecedora. Me refiero a que en mi caso, ser profesor part time me da la libertad para dedicarme a otras actividades que también son parte constitutiva de lo que soy y que, por tanto, me gusta alinear con lo que quiero hacer y puedo hacer finalmente. La literatura, el cine, la música por ejemplo, son actividades esenciales para mí pero que trabajando jornada completa (más horas trabajólicas) no podría hacer con la misma dedicación y energía con la que realizo un informe en “horario de trabajo”.

Mientras hablaba, su cara se iluminaba tal cual le sucedía cuando terminábamos el discurso que daríamos al día siguiente en la asamblea estudiantil. Por supuesto –continué- que hay personas que logran trabajar en lo que realmente quieren hacer, pero hay muchas que lo hacen por otras razones: estatus, dinero y la mayoría por la mera pero lamentablemente indelegable necesidad de trabajar y mantener una familia.

Yo, tengo la fortuna de poder elegir. Eso es lo que llamo una decisión ética: elegir libre y responsablemente por lo que creo es bueno para mi vida. Sí, de acuerdo- me dijo espontáneamente y luego agregó en un tono levemente irónico. – Pero hay que pagar las cuentas ¿no será esa posición un tanto idealista, quizás adolescente? Idealista puede ser –respondí, pero no le doy a eso un valor negativo, conocemos la definición de realismo del Che. Sonrió. Yo diría que es una decisión temeraria y que en mis actuales condiciones puedo darme el lujo de tomar, por eso me siento un privilegiado. No está exenta de costos, por cierto. La gente tiende a clasificar; y en una decisión como ésta la gama de tipologías van desde ser un adolescente, un flojo o un loco desadaptado. ¿Y tú en cuál te ubicarías? –siguió con su tono filudo, el mismo de aquel entonces. En ninguna pues. Trabajo más que nunca y en distintas materias. Me levanto temprano, preparo mi clase, trabajo en algún escrito, a veces una propuesta de consultoría, hago mis clases, leo y tomo mis notas para una reseña o para mis propios proyectos escriturales. Y lo de loco desadaptado me da risa, es tan relativa esa percepción. Me imagino que no es fácil organizarse –me dice Fab ahora mucho más cómplice con mi argumentación.  -Yo no sé si podría hacer tanta cosa, tengo a mi hijo a quien dedicarle tiempo de calidad y además necesito asegurar ingresos económicos. Entiendo –respondí. Por eso digo que me siento afortunado de que en mis actuales condiciones pueda renunciar al mandato social del trabajo jornada completa y pueda trabajar sin remuneración económica en mi casa. Vale decir, ocupar mi tiempo de calidad en lo que quiero, en tu caso cuidar a tu hijo, en el mío, todo lo que ya te he dicho. Sí, gano menos y es más inestable. Pero bienvenida la pobreza si es por los libros dijo alguien. Yo agrego, bienvenida una nueva forma de ver la vida. Donde el trabajo no sea necesariamente el eje del quehacer diario. Donde leer una novela puede ser una actividad que ocupe tu agenda. Donde volver a verte querida Fab y conversar sobre quiénes somos y mirar nuestra vida desde aquellas conversaciones sobre quienes seríamos ahora solo nos da placer y no esa nostalgia bastarda sobre lo que no fuimos. Donde podamos hablar más que sobre el pelambre de moda. Donde quede afuera la fantasía que este encuentro es una oportunidad para un nuevo negocio. Donde podamos sin mayor pretensión hacer carne nuestro manifiesto del día cuya sumatoria final será el manifiesto de nuestras vidas. Por ejemplo, el manifiesto de hoy se corresponde con lo que anoté en mi agenda para este día martes por la mañana: conversación con mi amiga Fab. ¿Adolescente de qué? ¿De qué podría adolecer en este proyecto de vida?

Entre risas, recuerdos y declaraciones nos levantamos de la mesa. El calor de ese espacio contrastaría con el temporal de lluvia y viento que había afuera. No importa, qué bello es el Parque Forestal en día de lluvia. Nos abrazamos y quedamos de agendar para algunas semanas más adelante una nueva reunión de trabajo, hay que continuar con el proceso de planificación de la amistad y de la vida. Qué privilegio.

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2 Comentarios sobre “Mi agenda de trabajo: un privilegio

  1. Que buena conversación! Me dejo dando vuelta eso del lado adolescente. No lo veo así! Esa libertad de elección que mencionas se debe haber construido a costa de esfuerzos y sacrificios. Es consciente y valiente ese impulso que lleva a elegir trabajar para vivir y no al revés. Creo que a muchos nos gustaría darnos ese tiempo, pero se nos acusa justamente de no ser ‘responsables’ … Ahora que tengo un hijo me gustaría más que nunca poder lograr algo más flexible junto a mi pareja para leer esos libros juntos en familia. Siga creciendo mi querido adolescente 🙂

  2. Hay mi niño no me canso de leerte y cada día te admiro más….así cómo tu adoras los libros yo feliz bailaría todo el día y me encantaría tener todo el tiempo para hacerlo pero como dice Fab necesito los ingresos económicos y estar con lo q más amo en lz vida, mis hijas.

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