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El refugio, el sentirse refugiado, provoca la ilusión de ser invisible para las tragedias y pesares de la vida, a la vez, nos convierte en un observador agradecido, que aquilata el hecho de estar a salvo. Lamentablemente, el peligro acecha en todas partes y desde que somos concebidos. La inseguridad, fiel compañera de la vida, muchas veces es soslayada, sobre todo en edades tempranas o en épocas de bonanza en las que pensamos que estamos fuera del alcance del peligro; los riesgos parecen muy lejanos, casi imaginarios. Sin embargo, a pesar de conocer la fragilidad de todo, verdaderamente, existen momentos en que nos sentimos plenos y protegidos; breves instantes en los cuales, si logramos ser conscientes de la impermanencia de las cosas, podemos experimentar interludios de paz al sentirnos cobijados por el bien.  Sentirse refugiado va más allá del lugar físico en que nos encontramos; la compañía de un ser querido, muchas veces, también provoca este efecto; el amor de una mascota cariñosa, un sillón mullido al desplomarnos cansados, una manta cálida en invierno, una taza de té caliente atrapada en nuestras manos heladas, el calor del sol cuando sentimos frío, o el frescor plácido de una mañana en un caluroso día de verano.

El sentimiento de desprotección, de estar desamparados conlleva un sufrimiento innegable, el miedo apaga nuestra luz, nos conduce por caminos tenebrosos, nos quita la fuerza e incluso puede hacer que nos confundamos y tomemos por auxilio algo que no lo es, refugiándonos, por ejemplo, en vicios, adicciones o excesos indebidos. Esto nos lleva a pensar que, innegablemente, lo que más debemos cuidar es nuestro equilibrio y paz, porque estos dos estados deberían componer nuestro verdadero hogar. No se trata de convertirnos en seres introvertidos y herméticos, sino en lograr encontrar en nosotros mismos el lugar que nos pueda guarecer ante cualquier tempestad. El trabajo interior es una tarea para toda la vida; edificar nuestro propio albergue íntimo, es un compromiso arduo que requiere fuerza de voluntad, resiliencia y estoicismo; nos permite descubrir fuerzas desconocidas que habitan en nuestro ser, que corren el riesgo de permanecer dormidas y desaprovechadas si no iniciamos el camino de la autoconstrucción espiritual y mental. De este modo, cuando nuestra edificación esté lo suficientemente sólida, será nuestro principal refugio; como las sabias tortugas, estaremos siempre al resguardo de nuestra firme caparazón protectora. Desde esta nueva perspectiva, todos los momentos gratos que vivamos y las compañías reconfortantes serán regalos extras de la vida, y los viviremos con mayor plenitud y agradecimiento, pero entendiendo que todo es efímero y el cambio es perpetuo.

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